Según describe Don Ángel Ortiz Córdoba, en su libro:
Pgs. 309-311
CAPITULO XIV
La posguerra. El trienio de Riego
El nuevo Ayuntamiento quiere aprovechar su vinculación al Patrimonio, intentando resolver los problemas por la vía de la súplica, en vez de usar la de la legalidad vigente, que hasta el momento había dado pruebas de dudosa utilidad. Uno de los problemas más acuciantes de la población, casi perpetuo, es la carencia de un cementerio dentro de los límites de Sitio, en un lugar al mismo tiempo no muy alejado de la población, con el que lograr más comodidad en las ceremonias y un abaratamiento notable en los gastos de los entierros.
Sin recursos propios, el ayuntamiento necesita cubrir dos objetivos: dinero para poder construirlo y terrenos donde poder edificarlo. En abril de este año, 1822, solicitan de la Diputación provincial de Madrid autorización para aumentar en cuatro maravedís el precio de la libra de carne, consiguiendo sin dificultad el permiso.
Días antes de San Fernando, le piden al rey los terrenos, insinuándole en la solicitud cuál es el lugar más adecuado: el cerro de la Montaña. Añaden una serie de razones económicas, morales y religiosas sobre la necesidad de este cementerio. A través de esta exposición se pueden conocer unas curiosas costumbres sobre los enterramientos, probablemente desde que empezaron a hacerse en Ontígola. Unos usos más o menos escandalosos que, en cierto modo, debían estar generalizadas en España. Veamos las partes más interesantes de este documento: