Asimismo, “en el citado parage de los Deleytes se han puesto desde el año de 1771 hasta el de 1784 cuatro mil ochocientos y quince olivos”, mientras que “en los años de 1783 y 1784 se pusieron diez y siete mil quatrocientas quarenta y ocho cepas de uvas”, según una orden que Quindós fecha en marzo de 1782, junto “con muchos frutales de todas clases”. Sin embargo, después de “más de diez años” brotaron las encinas, “enseñando la experiencia que requiere la bellota para nacer más tiempo”; pero aunque salieron “con mucha fuerza, y las hay muy altas, arrancaron y perdieron las más”, si bien –según Ponz- esta colina del Regajal, “igualmente árida por lo pasado”, ya estaba “muy frondosa al presente con el olivar y viña, perfectamente prendidos y crecidos en pocos años baxo de la pericia y cuidado” del jardinero Esteban Boutelou.
Simultáneamente, “el año de 1778, y por orden de 6 de septiembre se mandó separar de labores de los Deleytes, y formar dentro de la cerca otro jardín” –de cuatro fanegas de superficie, según López y Malta-, “a que se dío nombre de Vergel, que le corresponde con mucha propiedad, pues en el corto espacio y ladera que ocupa hay las mejores frutas, hortalizas, flores, y unos emparrados que forman galerías, cuyas uvas pendentes causan mucho agrado”. Este jardín debió ser trazado también por Esteban Boutelou, que –según Ponz- hizo revestir la colina junto a la carretera de Andalucía “por todos sus lados de diferentes árboles y arbustos, que harán en aquella elevación un bellísimo punto de vista el Real Palacio a proporción que vayan creciendo las Plantas. Ya se le ha puesto a este nuevo plantel el nombre de Parnaso, por la similitud que tiene tal montecillo con el que los Poetas y Pintores suelen representarnos el suyo”. Poco más tarde, según Quindós, se nivelaron “unas suaves subidas y paseos hasta lo más alto, en que se puso un pabellón de madera que duró poco”, siendo sustituido “el 22 de junio de 1799” por el edificio del “Telégrafo, instrumento matemático inventado últimamente para saber en pocos minutos noticias y avisos de largas distancias, de que han hecho mucho uso los Franceses en últimas guerras”, y que “tenía correspondencia con otros que había hasta Madrid”, aunque todos se eliminaron en 1802, siendo restablecidos posteriormente en dos ocasiones; pues según López y Malta esta torre “se volvió a levantar en 1820” y nuevamente en 1831, cuando se restauró para el telégrafo “diurno y nocturno” inventado por el teniente de navío Juan José de Lerena, aunque ya estaba “medio destruida” en 1847, al establecerse “el telégrafo por un nuevo sistema para la línea de Andalucía”, por lo que tuvo que reedificarse para colocar “sobre ella uno de los puntos de comunicación, que por no tener la elevación suficiente se trasladó poco después al cerro de los Pozos de la Nieve”, al otro lado de la carretera de Andalucía; aunque “continuó adornando la torre tan bello sitio, hasta ser demolida para formar un débil pabellón rústico que muy luego se llevó entero un recio vendaval”.
Según José Luis Sancho, el trazo del monte Parnaso debió ser realizado por Pablo Boutelou –que continuaría los trabajos iniciados por su padre Esteban-, a juzgar por un “proyecto de vaquería suiza en El Deleite, sin firma”, “fechable hacia 1791”, que se conserva en el Archivo de Palacio y que se puede atribuir “con casi absoluta seguridad” por las “similitudes caligráficas con su plano del Jardín del Príncipe”; aunque “la falta de referencias contemporáneas a esta idea de una vaquería en el Deleite y el hecho de estar los rótulos en francés arrojan una cierta oscuridad sobre la génesis de este proyecto”. “El diseño no es de gran calidad, pero si gracioso”, y “une a su objetivo utilitario varios rasgos característicos del jardín pseudopaisajista romántico, como el estanque de forma irregular y el templete… coronando un monte que se asciende por caminos sinuosos… que aparece definido no como Parnaso clásico, sino como un calvario cristiano, con viacrucis completo”.
Por desgracia, aunque según el mismo autor, “estos “cercados y Vergel del Deleite fueron uno de los principales cultivos modelo de Aranjuez”, con los del Cortijo de San Isidro y La Flamenca, por lo que se llevaban directamente por Administración con el fin de mostrar cómo era posible mejorar las plantaciones, al igual que aquellos no dieron el resultado apetecido, por lo que finalmente se optó por arrendarlos durante el reinado de
Carlos IV.
Sin embargo, López y Malta nos informa de que “aunque estuvo muy atendida esta posesión al principio, debió luego descuidarse notablemente”, pues aunque el paseo se conservaba frondoso, era “por el nuevo plantío que se hizo en 1841 por iniciativa del administrador de este Patrimonio”, para el que “se trajeron de Valencia novecientas sesenta moreras que fueron puestas en esta calle, alternando simétricamente con otros tantos olivos”; y “también la labor experimentó el olivar, invirtiendo en esta operación tres mil ochocientas veintiuna plantas, con inclusión de las de la calle lineal: añadiendo además un vivero de olivos que contenía veinte mil plantones”; aunque este “semillero de olivos fue abandonado antes de sacar para reponer ninguna planta de él”. Por desgracia, a los pocos años, se había “convertido el jardín en una huerta de muy poca importancia”, con “los grupos de piedra mutilados”, y “desconocido y abandonado el paseo” que salía de la carretera de Andalucía y llegaba “hasta el fondo de su olivar”, desde donde quedada “reducido a una senda que se interna en el vecino cuartel de la Flamenca”. Esta decadencia se reflejaba también en su cerca, que Nard describe en 1851 como una “verja de madera con pilares cuadrados de ladrillo, su basa y remate de piedra blanca”, “frente al camino real”, pero “de tapia deteriorada de tierra por el Parnaso”; aunque éste monte debía presentar todavía un buen aspecto, pues Madoz lo describe “cubierto de almendros, pinos, olivos, retama de flor y otros arbustos”. Y aunque ya existía “el edificio del telégrafo”, bajando del mismo “por un camino construido a caracol se encuentra poco después la casa llamada de los Huevos”. Además, de nuevo según Nard, también “hay un horno de yeso, y cuando les hace falta, se riegan las tierras de pan llevar”, para lo que se utilizaba un caz procedente del Mar de Ontígola que servía para regar la calle principal.