tonos –claro en los entrepaños y oscuros y cornisas-, está realizada en un estilo ecléctico vagamente neogótico con un desconcertante muestrario de huecos: arcos de medio punto en el piso bajo, ventanas adinteladas en los pisos primero y segundo, galerías en los testeros de las alas transversales, y ojivas en el piso alto del frontispicio central, donde destaca la portada de piedra artificial –con un arco carpanel coronado por un gablete conopial entre dos pilastras prismáticas-, a la que se accede por completa escalinata con triple derrame. Esta misma variedad aparece en los dos patios rectangulares que flanquean el cuerpo central, donde se combinan los arcos de medio punto, y ventanas adinteladas antes descritas, con galerías superpuestas de arcos carpaneles, y ventanas lanceoladas separadas por esbeltos contrafuertes prismáticos. Estas ventanas se corresponden en el interior con las vidrieras de la capilla, separadas por pilastras coronadas por capiteles pseudocorintios que sostienen extrañas vigas poligonales que parecen translucir un entramado de hormigón. En cuanto a la decoración, aparte de las vidrieras citadas –decoradas con santos jesuitas- hay que destacar el curioso retablo del altar mayor –formado con ricos mármoles y bronces procedentes de las desmanteladas chimeneas de palacio- que sustituye al desaparecido retablo original, que ocuparía el espacio dibujado por un elevado arco carpanel sobre el testero de la nave, que daba respuesta al coro alto de los pies con un bello ventanal cruciforme. Bajo esta capilla se sitúa el comedor : un espacio de doble altura recorrido a ambos lados por una galería de madera volada sobre jabalcones, con un rico zócalo de azulejos de azulejos y un artesanado formado por grandes vigas sobre ménsulas que sostienen un orden secundario de viguetas. En cuanto al jardín, son escasos los restos de interés conservados, aunque hay que citar diversos elementos dispersos por los montes que hacen fondo al edificio, como una gruta formada por tres arcos de mampostería rústica que servía de pedestal a un mirador de planta oblonga hoy desaparecido, u pabellón hexagonal muy arruinado, un nicho semicircular en el ángulo formado por dos rampas que se encuentran sobre el mismo, un deposito de agua circular, y otro cuadrado que parece haber alimentado una cascada.
Por último se deben mencionar dos esculturas de mediados del siglo XVIII con sus correspondientes pedestales, que representan a un gamo y un jabalí acosados por perros de caza, y que se levantan en el paseo del Deleite, siendo el único resto de su decoración original, aunque en la actualidad presentan un lamentable estado de conservación.
Aunque la actual residencia de El Deleite no comenzó a construirse hasta mediados del siglo XIX sobre la antigua huerta de las Tejeras en el millar de Sotogordo, la ordenación de su entorno ya se había iniciado cien años antes pues al parecer –según José Luís Sancho y Martin Olivares- ya en tiempos de Fernando VI se levantó aquí un edificio que fue el precedente de la Casa de Vacas construida por Carlos III; mientras que Álvarez de Quindós nos informa de que “en unos cercados, que llamaron los Deleytes, al lado del camino de Andalucía, que se hicieron el (año) de 1775” –aunque Nard los adelanta a 1753, quizás en referencia a una “casilla” cuya obra se contrató el 12 de diciembre del año anterior bajo la supervisión de Santiago Bonavía-, “se entablo una labor y siembra que hacía el propio ganado que se empleaba en las muchas obras que simultáneamente se llevaban a cabo” en el Sitio, y cuyo “producto y el que daban otros tres puntos que se pusieron en labor” –en palabras de López y Malta-, se utilizaba para su propia manutención “sin ser gravoso al Real Patrimonio”.
Según el último autor citado, “se amplió esta roturación en 1765 hasta ciento diez y siete fanegas y entonces se cercó con tapia de tierra por su espalda y costados, y por su frente con tramos de verja de madera entre machones de albañilería, quedando una elegante entrada para comunicar con la calle que se dejó en medio, que mide dos mil trescientos metros, la que en aquel año se convirtió en un agradable paseo de invierno, adornado con cuatro líneas de árboles de sombra”, plantándose “muchas olivas”. Además “se colocaron en dos plazuelas cuatro grupos de piedra de Colmenar, figurando en la primera sobre pedestales dos sirenas, una a cada lado, y en la segunda un gamo a un lado y al otro un jabalí, ambos víctimas de los perros que los tienen hecha presa” Y aunque nada sabemos de las sirenas todavía se conservan –muy mutilados-los dos últimos grupos, que pueden identificarse con las “dos estatuas de piedra de colmenar, que la una es de un gamo, y la otra de un jabalí apresados por perros de caza”, que Quindós sitúa en el efímero kaka –“voz árabe, que significa puesto de buena vista” – o mirador que se construyó en 1758 en “la junta de los ríos” Tajo y Jarama, al que se accedía por una calle “de álamos negros” llamada de Lemus que desembocaba en la “puerta de las Huertas Grandes”, y que en 1763 ya estaba acabado a juzgar por una carta de Marquet a Floridablanca a lo que solicita su pago.
Además “el año de 1772 se sembró de bellota el cerro del fin del cercado para experimentar si nacían así las encinas, y formar un nuevo monte que uniese con el antiguo”, si salía “bien esta experiencia poblar del mismo modo los cerros que siguen”, pero “como no nacieron, se abandonó este pensamiento”. Ponz nos amplia esta información, precisando que entre 1777 y 1786, “en la falda de los cerros del Reajal sobre los cercados de los Deleytes inmediato a Aranjuez se han hecho plantíos considerables de robles, álamos y chopos para vestir dichas faldas”.