sillería con luces de 8.36 metros, apoyando sobre una secuencia de sólidos tajamares apuntados de dos cuerpos escalonados en talud y rematados con sombreretes, gallonados en las de los extremos (las tres primeras pilas en el lado de Madrid y las ocho últimas en el de Aranjuez). El resto de los tajamares son muy planos y con leves cuerpos rectangulares sobresalientes hasta la última línea de imposta, de la que arrancan muy elaborados y elegantes pretiles, con cuidado diseño en los espaciosos ámbitos de entrada y salida al recinto, así como en los puntos correspondientes a los centros de arcos y pilas, remarcados por pilastras cuasi embebidas; hay que reseñar además la prominente alineación de la albardilla y la sucesión de gárgolas octogonales salientes, que a, modo de pequeños cañones, completan un trazado caracterizado por sus paramentos simétricos.
Debe destacarse asimismo el funcional y significativo ámbito elíptico sobre semicirculares tambores, configurados por potentes muros de cantería, que festonean el diseño del acceso en forma que dicen “de canastilla”, enfatizando más aún el aire de fortaleza que lo envuelve. La romántica y evocadora imagen del puente culmina en el borde opuesto, en su amplio encauzamiento hacia el Real Sitio por la “Calle Nueva”, sobre una suerte de estribos configurados por el escalonamiento del muro de contención, con un giro a la salida, donde se ubica una amplia casa de peones camineros de curiosa singladura clasicista marcada por sus columnas pseudodóricas.
Este ámbito final del puente estaba marcado por la figura de un león que portaba un escudo y una cartela o lápida en la pata cuyas inscripciones hacen alusión respectivamente al monarca reinante (“En el Feliz Reynado de Carlos III”) y al autor y la fecha en el que finaliza su construcción (“Hizo este puente Marcos de Vierna, año XDCCLXI”). Se trata del león del que en 1769 hablaba Antonio Ponz, aunque el conjunto incluía cuatro imponentes tallas de leones, uno desaparecido y en lamentable estado de deterioro el resto, todos ellos portadores de tarjetas o escudos con sendas inscripciones, como lo que pudiera suponerse lógicamente la adición posterior de los tres restantes.
En 1767, el marqués de Grimaldi firmaría la ordenanza relativa a la conservación viaria, reglamento que servirá de modelo para mantenimiento posterior de todos los caminos reales. Hace referencia al cuidado del pavimento, los guardarruedas y las pirámides e inscripciones señalizadoras de leguas del itinerario; a su limpieza y a la del foso; al buen trato de los árboles de las márgenes y a las barandillas y antepechos del puente, así como a la prohibición de construir represas, pozos o bebederos en sus bocas y alcantarillas o a las orillas de la vía, etc.