El Puente Largo, que a una legua de Aranjuez debía asegurar el paso al Real Sitio fuera cual fuese el estado del río, con independencia de las grandes avenidas que lo castigaban y que solían coincidir con la época de Jornadas, fue por tanto elemento fundamental del camino, en sus orígenes transitado por buena parte del reino, y pieza estructurante del territorio. Su elevado coste, de 20.143.961 reales (algo más de cinco millones de pesetas entonces), permitió dotarlo, para su actualización, de sendas banquetas laterales que permitían la separación del tráfico rodado de los carruajes y del peatonal, que discurría por cuidadas aceras enlosadas con piezas pétreas de gran tamaño. Ello estaba en consonancia con la infraestructura viaria en la que se insertaba, que se pretendía dispusiera de “calzada de fábrica, losas de elección á los extremos, guardacantones de piedra, bombeo de guijo, alcantarillas y glasis para las aguas, y donde el terreno lo permitía filas de árboles á los lados para sombra”.
Del puente, e indisoluble del mismo, arrancaba la “Calle Nueva” o “Larga”, que seguía la Senda Galiana hacia Titulcia; cerrada con palenques en sus extremos y concebida para ordenar la llegada al palacio de los reyes a través de las huertas de Picotajo, se disociaba en la glorieta de la Doce Calles de acceso a Aranjuez reservado al común de la gente. Estaba plantada con álamos negros de Tembleque, que sustituyeron a los tilos previstos originalmente, y se había terminado en 1751 con la participación de un equipo de técnicos multidisciplinar: los ingenieros Joseph Dattulim, que trazó los planos, Charles de Witte, que llevó a cabo las nivelaciones, y Leonardo de Vargas, que ejecutó las obras auxiliares –puentecillos y pontones- que habían de salvar los badenes; así como el arbolista mayor, Jacinto de Posada.
Al erigirse sobre inconsistentes arenales, la cimentación del Puente Largo exigió un complicado sistema de “pilotaje” de madera, empleándose hasta 7900 elementos “desde 20 á 38 pies de largo, con pie y cuarto de diámetro por las Cabezas”, con los que formó un enrejado unido y macizado con piedra y argamasa. Además, con motivo de una crecida que en 1758 arrancó una cadena de cajones de madera machihembrados rellenos de piedra, cuyo objeto era refrenar la fuerza de las aguas, se efectuó arriba de las mismas un zampeado dilatado que disminuyera la fuerza de la corriente.
El cuerpo del puente, levantado en piedra caliza blanca de Colmenar de Oreja, de forma que su sólido aspecto remedara la imaginería romántica de una fortaleza o de una ciudadela extendida sobre el ancho cauce del río, se dispuso a su vez sobre tablones de cinco pulgadas de espesor perfectamente ajustados y clavados. De 500 metros de longitud, 8.5 de ancho y 11 de altura, consta de 25 tramos iguales salvados mediante arcos y bóvedas de medio punto construidos de