y en la reposición de las gradas y los dos pisos de palcos, además de las barreras y los tendidos de madera, ascendió a 750.000 reales y corrió de cuenta del monarca, habiendo elegido el arquitecto Francisco de Ribas el presupuesto más elevado para asegurar la solidez de la construcción, cuyos muros de ladrillo irregular, tosca ejecución y diversa procedencia, se alzaban sobre zócalos de mampostería y conformaban en la planta baja una crujía interior abovedada en medio cañón como soporte del tendido. El tratamiento del revoco conseguía diverso efectos cromáticos y compositivos, como aquél que enlazaban visualmente los vanos de las dos plantas, superiores en una secuencia individual de arcos de medio punto, dispuesta sobre otra en la planta baja conformada por vanos únicos, resultados un paliativo de la horizontalidad de partida del edificio.
De esta reforma procede una imagen más alambicada de la portada principal que da a la ciudad (en la actual tan sólo se conserva el escudo real, tal como debió de ser la puerta original), así la describía Cándido López y Malta: “Se adornó la puerta que mira a la población con molduras y medio punto de yeso, en cuyos centros, engastado en la fábrica, se puso un escudo de piedra con las armas reales”
Muy pronto cayó en desuso la plaza al desaparecer en práctica las “Jornadas” tras la muerte de Fernando VII, siendo cedido al municipio su uso por el Real Patrimonio, de forma parcial y gratuita, y en unión del Teatro, para celebrar “el abrazo de Vergara” que puso fin a la guerra carlista, y dado que 1835 habían surgido los ayuntamientos constitucionales, sustituyendo en Aranjuez el alcalde a la figura del gobernador. Con este motivo volvieron a efectuarse una serie de reparaciones, evaluadas en 26.000 reales y llevadas a cabo por el aparejador Antonio Trompeta.
De nuevo sería restaurada con más profundidad en 1851, gracias al marqués de Salamanca, a quien se le había arrendado a cambio del compromiso de correr con los gastos que precisase su puesta en uso y con los de “entretenimiento y conservación” que conllevase; se procedió a una pintura general y a restaurar tendidos y barreras, así como a reparar los asientos de los palcos, que se cubrieron, como la grada, con papel pintado, todo ello romántico tan propio del periodo isabelino que venía a sustituir a la precedente visión ilustrada, aunque en la plaza de toros siempre se respetará su estructura clasicista. Sin embargo, a pesar de la fuerte inversión realizada, que pretendía cambiar su explotación con la atracción que suponía la línea ferroviaria Madrid-Aranjuez, recién inaugurada, el coste desproporcionado que supuso después de seis corridas continuadas obligo a limitar el número de espectáculos, que se harían esporádicos, con lo que se inicia una nueva etapa de deterioro.