El nacimiento de este coso, hoy sede también del Museo Taurino, encontraría su razón de ser en las estancias o “Jornadas” de la Corte en el Real sitio de Aranjuez, unido a una corriente ilustrada que estaba instaurado en determinados lugares del país un contenedor funcional de raíz formal clásica para albergar un espectáculo que hasta entonces se había desarrollado en plazas mayores o espacios habilitados provisionalmente para tal fin, como el que en Aranjuez existía frente al palacio y se cerraba con palenques para la celebración de la llamada fiesta nacional. Álvarez de Quindós lo describía así: “una plaza de árboles, cercada de palenques y puertas, para correr toros, y hacer los herraderos al frente de los balcones de palacio”.
El edificio que ha llegado hasta nosotros se remonta a 1796, pese a las numerosas intervenciones posteriores sufridas, menores en su estructura que en los aspectos decorativos, aunque en un lugar muy cercano al actual, algo más al norte, en lo que sería la manzana conformada por las calles Almíbar, Calandria, Stuart y Rosa, se alzó con anterioridad una construcción inicial a instancias del empresario taurino de origen valenciano, D. Bernardo Iznar, secundado por otros particulares (J.L. Danche, Ángel Apostólico y Antonio Penasa), que obtuvieron el correspondiente permiso mediante una Real Orden de 25 de junio de 1760, finalizando las obras en 1761 e inaugurándose la plaza con una corrida el 25 de abril de ese año. Se desconoce su autoría, aunque parece clara la supervisión y seguimiento de las obras, por su papel institucional, del arquitecto del Real sitio, Jaime Marquet, y de su aparejador y sucesor, Manuel Serrano.
Como relata Magdalena Merlos, en algún momento fue considerada un exponente de arquitectura efímera o provisional, pensándose que toda ella estaba construida en madera (aunque se contemplara con ladrillo en la base y teja en la cubierta), tal como afirma A. Madruga Real y hace suponer la referencia de Antonio Ponz: “Hay también plaza de toros hecha de madera al modo de la de Madrid”. Sin embargo, tanto del grabado realizado en 1773 por Domingo de Aguirre como de la descripción de Robert Twiss en su viaje por España, recogida por Blasco Castiñeyra, se intuye un edificio mucho más sólido, cuyo perímetro circular estaría realizado todo él en ladrillo, dejando la madera para los elementos constitutivos del interior tal que los tendidos, que anticipan los modelos de plazas decimonónicas.
Preparado para acoger 6000 espectadores, lo formarían dos pisos de 102 palcos cada uno y un cuerpo intermedio entre ellos, además de la barrera con diez líneas concéntricas de bancis, lo que se traduciría en una imagen cilíndrica de tres niveles, con las puertas de acceso en el bajo, (sobresaliente la principal, orientada al mediodía), un nivel intermedio con ventanas y un tercero de vanos más reducidos, revistiéndose de cierto barroquismo –dentro de la sobriedad