funcional que la preside- en el tratamiento algo ampuloso de los recercados de los huecos. Las dependencias complementarias, al igual que en la plaza actual, no se hallaban integradas todavía en el círculo y se adosaban lateralmente, Para abundar en su vocación de permanencia, Twiss la asimilaba a las únicas de esta clase que existían entonces en España, la referida de la Puerta de Alcalá madrileña, la de Sevilla y la de Granada.
Ya desde este momento, el edificio trascendió el marco municipal, pues siempre tuvo un tamaño que no se correspondía con su población (a mediados, del siglo XIX, tras las intervención de 1851, el aforo era de 10.000 espectadores, los mismos de que constaba el vecindario de Aranjuez).
Pero pronto la plaza quedará cerrada al uso público por Carlos III, que aunque gran cazador, fue hombre de escasas aficiones taurinas; tras emitir en 1785 una pragmática real que prohibía dar muerte a los toros, provocando a los ojos del público la decadencia del espectáculo, ordenaría su clausura definitiva, sin importarle que sus nuevos propietarios tuvieran que demolerla ante el estado de abandono en que se encontraba, procediendo a construir en su lugar, lo que al parecer ocurría en 1790, si bien otros documentos de 1791 afirman que los dueños (no coincidentes con los anteriores, lo que hace suponer algún litigio) solicitaban permiso para volver a dar corridas con objeto de que la plaza siguiera en pie.
Algún tiempo después, en 1796, D. José de Rojas, a la sazón gobernador de Aranjuez, instado de nuevo por un particular, Francisco de Ahumada y Castillo, quien deseaba beneficiar al cercano Hospital de San Carlos con las posibles ganancias derivadas de la corridas, propone a Carlos IV la construcción de otra plaza de toros con cargo al erario del Real Sitio y para solaz de los cortesanos, en número cercano entonces a los 9000, dándose por terminada en un año con su inauguración el 14 de mayo de 1797 y la asistencia a la misma del rey y de la reina María Luisa de Borbón. Obra del arquitecto José de Rivas, daba frente a la calle del Almíbar y fue construida con muros de ladrillo y bóvedas, edificándose un año después en un lugar contiguo al este, una casa para toreros dotada de cuadras, guadarnés, fonda y botillería, como describe Álvarez de Quindós, quien también comenta su posterior ocupación por el batallón de Caballería que acompañaba a la comitiva real durante las Jornadas y que invadiría asimismo la galería inferior de la plaza a partir de 1807, dotándose de pesebres en virtud de una orden real al efecto.
La fachada del coso se componía de un anillo con 48 ochavas de dieciocho pies cada una, 12 puertas públicas con funcionales dinteles tendidos bajo arcos de descarga de ladrillo, la puerta real y otras tres grandes para el servicio de los actos festivos, así como 106 ventanas en las tres plantas de sus galerías.