Su interior se compone de noventa y nueve balcones, contando doscientos diez pies de diámetro en el círculo interior de las barreras. Once escaleras con la del palco Real ponen en comunicación con las puertas exteriores todas sus localidades, desembocando en tres galerías que dan vuelta á este considerable edificio, provisto de chiqueros bastante capaces.
Fué pintada con notable exactitud, destacando el balcón principal y frontispicio en que están las armas Reales sostenidas por dos famas que perfeccionaban el acicato y hacían un todo de agradable aspecto.
El año inmediato se construyó á la parte de Oriente, contiguo a la plaza, con la misma solidez que esta, una casa para los toreros con guadarnés y cuadras. Tambien se la dio estensión para establecer en ella fonda y café, locales que luego se destinaron á otro objeto.
Diéronse en la plaza varias corridas con un lujo inusitado, donde se lucieron el célebre matador de toros Pedro Romero y sus contemporáneos.
Un violento incendio redujo á cenizas en breve tiempo la madera de este edificio el año 1809, consumiendo el voraz elemento muchas decoraciones de los teatros, que, por estar cerrados, se almacenaron en sus galerías. La fecha de aquel desgraciado año basta para que la mayor parte de nuestros lectores designen á los incendiarios; pero por si alguna duda, diremos ocurrió la desgracia mientras los ilustrados traspirenáicos vecinos condimentaban los ranchos dentro y fuera de la plaza para los cincuenta mil hombres que el general Areizaga hiciera replegar sobre este Sitio días antes de la desastrosa batalla de Ocaña.
Quedó por este incidente destruido tan hermoso circo conservándose, gracias á su sólida construcción, la anchísima pared exterior y la fuerte bóveda en que estaban los tendidos. Algunas puertas y parte de una banda de pesebres colocados en toda la galería baja: esto se hizo el año de 1807 para colocar el regimiento que daba el servicio en las jornadas, cuando eran pocas las corridas, siendo preciso por la falta de cuarteles para esta clase de arma. Puesto que no había otro de caballería que el de guardias españolas y le ocupaba este privilejiado cuerpo.
Veinte años después se restauró por órden de Fernando VII, encargándose de la obra como aparejador y contratista José Diaz Alonso (a) Josito, vecino de Villaseca, el que al efecto recibió del bolsillo secreto de aquel Rey, mediante un ajuste alzado, setecientos cincuenta mil reales como cantidad que ambos acordaron.
Púsose nueva toda la arcada de los balcones á los dos pisos en el interior de esta plaza, nuevas las gradas, barreras y tendidos de madera sobre las fuertes bóvedas que las aguas no pudieron destruir en tan largo periodo. Se adornó el palco Real colocando sobre él un medio punto rebajado, figurando en la parte superior un balcón corrido con balaustres de madera, un escudo de armas de los Reyes y debajo esta inscripción:
REINANDO FERNADO VII AÑO DE MDCCCXXIX.
Revocada con gusto en lo exterior figurando galerías, se adornó la puerta que mira á la población con molduras y medio punto de yeso, en cuyo centro, engastado en la fábrica, se puso un escudo de piedra con las armas Reales, y debajo este rotulo en letras de bronce:
REAL PLAZA DE TOROS, AÑO DE 1829.
Otra nueva cantidad entregada para surtirla con lujo de todo lo necesario, sirvió para proveer el guadarnés con vistosos atalajes para las mulas del arrastre, monturas cubiertas con terciopelo y demás efectos que esta diversión requiere.