De esta forma, en el citado informe del 27 de julio de 1750, expresaba el Arquitecto al Marques de la Ensenada que tenía preparado un primer borrador de la Fuente que se debía colocar en el medio de la plaza pública, según el plan aprobado en enero anterior por S.M., adelantándole que consistía en cuatro surtidores, los cuales “pueden abastecer todo el Sitio y la comitiva”, en cuyo centro había colocado la referida pirámide o adorno y en lo alto la estatua real, con su cartela para perpetuar la memoria del promotor, año y tiempo “en que se executó y perfeccionó esta suntuosa obra”. Avanzaba, igualmente, su coste, que calculaba en 508.025 reales de vellón, incluyendo la excavación, cimentación, estanque, tazas, adornos, losas, gradas, guardacantones y demás de mármol blanco y las varas lineales de cañería de plomo, pero no los 18.000 reales que supondría mudar las tabernas, tiendas y otras oficinas al paraje que el Rey determinase o los 45.000 reales del necesario desmonte de la Plaza para mejor desagüe y en prevención de inundaciones en la vecina Casa de Oficios.
El 6 de agosto siguiente, el Arquitecto se dirigía en carta a D. Agustín Pablo de Hordeñana, Secretario de S.M. dejando constancia del inicio del desmonte de la Plaza y de la inminente conclusión del diseño de la Fuente, el cual, junto con los de otros edificios en el Sitio, sería presentado para su aprobación y definitiva puesta en limpio. Solicitaba Bonavía que las aguas elegidas para surtirla fueran exclusivamente las referidas de Aldegüela y Aljibejo, por ser las más puras a juicio del Boticario Mayor de Aranjuez, y que no se emplease en su construcción la piedra de Colmenar de Oreja, por su poca consistencia y defectuosidad. Sus propuestas fueron aceptadas por Fernando VI, pues quiso asegurar para esta obra conmemorativa la máxima calidad.
Comenzó así a recabarse información sobre las diversas canteras de mármol blanco que existían en España, siendo desestimadas sucesivamente por la imperfección del producto o por su excesiva distancia de Aranjuez, hasta que Bonavía decidió hacer un reconocimiento en un terreno perteneciente al Conde de Mora, situado a unas 10 leguas, en el Castañar. Para el descubrimiento, extracciones y ensayos en esta cantera de la Estrella, de esta forma denominada, se apoyó el arquitecto en el experto maestro marmolistas D. Carlos Bernascone o Bernasconi, italiano avecindado en Madrid, cuyo juicio positivo le dispuso a aquél a pedir al Marques de la Ensenada, el 25 de agosto de 1750, diversas órdenes para que nadie estorbara la saca de mármol de dicho paraje e incluso se facilitase su traslado.
No obstante, para las estatuas que debían adornar la Fuente, tres leones y la figura del Rey, quiso éste que se emplease material más selecto, en concreto mármol de Carrara, que tuvo que ser transportado desde el puerto de Génova hasta el de Alicante, y que de su ejecución se encargase su escultor principal D. Juan Domingo Olivieri, uno de los fundadores de la Real academia de Bellas artes de San Fernando.
A principios de septiembre consta que se había iniciado la nivelación del terreno en el piso de los corredores y patios de Oficios, derribando totalmente las casas y oficinas situadas en el medio de la Plaza y finalizado parte del desmonte, con la correspondiente retirada de escombros. Además, el día 13 remitía a Ensenada y Hordeñana los primeros diseños de la Capilla, ceñidos en “todo lo posible al pensamiento del Sr. D. Carlos”, Farinelli, pero no su coste por no haberse decidido aún la capacidad de la hospedería, ni de las galerías circundantes. Sin embargo, ya se estimaba excesivo, explicando Santiago Bonavía que era debido al deseo de distinguirle de los restantes edificios y hacer “un decente prospecto en el medio de la Plaza”, para que fuera “proporcional a la grandeza de S.M.” Esta circunstancia le obligaba, aun reduciendo el gasto todo lo posible, mantener la “magnificencia a la idea de todo el Proyecto”.
Con carácter más definitivo, el 27 de octubre de 1750 el Arquitecto enviaba al Marqués de la Ensenada los planos de la Iglesia de San Antonio, las habitaciones adyacentes y las galerías que debían rodear la Plaza, éstas dispuestas de modo que desde cada uno de los altares laterales se pudiera “oír la misa todo lo largo –de ellas- hasta juntarse con la que debe circundar la del quarto de caballeros y a la otra de enfrente donde deberá vivir el Gobernador y demás sirvientes del Sitio”. Ahora sí se valuaba su coste que ascendía a 220.000 reales de vellón, todo lo cual era aprobado por Fernando VI cuatro días más tarde.
Para su ejecución era necesario el derribo de las edificaciones que ocupaban el testero del espacio urbano proyectado, es decir, la carnicería, dos casas de jardineros y parte de la caballeriza que servía a la Ballestería, las cuales serían levantadas en el lugar elegido para formar la nueva Plaza de Abastos, más acorde a su función.
Paralelamente se había proseguido con la explanación de la Plaza, de modo que si en septiembre Bonavía proponía el derribo de la aludida antigua pirámide, que servía de respiradero a la cañería que llevaba el agua desde Ontígola hasta el de la Isla, un mes después se complicaba la obra al toparse con dos conducciones de plomo, una nueva para las fuentes más otra que iba desde el corral de los bueyes hasta el patio de Oficios. Esto provocó una ralentización de la obra, al tener que rebajarse el nivel de la primera conducción y sustituir la segunda con otra de fábrica, sin contar con las dificultades que ocasionó la climatología.
A pesar de todo, se determinó no parar la ejecución del espacio urbano, para lo cual el 4 de noviembre de 1750 se firmó un contrato con el citado Bernasconi por el que éste se obligaba a realizar el desmonte que había “que hacer en la Plaza de este Real sitio para que en medio de ella se construya una de las fuentes que están mandadas ejecutar en virtud de orden de S.M. y ha de correr a cargo del señor D. Santiago Bonavía, Director de las Reales Obras de este Sitio”. El Arquitecto y D. Francisco Pablo Díaz, encargado en Aranjuez de los caudales destinados a estas obras, darían su conformidad una vez hecho el terraplén, el cual había sido ajustado en 95.000 reales de vellón.