Aunque Carlos III respetó a grandes rasgos el proyecto de Santiago Bonavía para la Plaza de San Antonio, tomó algunas otras determinaciones, además de la sustitución de la estatua de su hermano, que lo modificaron, como la eliminación de los tillones que lo adornaban, entre 1760 y 1772, dejándola desnuda de su arbolado.
No obstante, inmediatamente había encomendado a Marquet la continuación del Cuarto de Caballeros con el fin de cerrar la Plaza, hecho que sucedió por Real Orden del 15 de febrero de 1762, aun cuando todavía en 1768 dictara otra para el aumento del edificio con una segunda planta y para la prolongación de la galería adosada a su fachada oriental y hasta su unión con los ramales de la Capilla. Se optó entonces por variar en estos enlaces la idea de Bonavía de prolongar los pórticos curvos hasta la esquina de dicho Cuarto, así como hasta la frontera que debía construirse, derribando dos de sus arcos de medio punto, a cada lado del templo, y ocupando su lugar y el ángulo con cuatro grandes entradas, dos para la calle de San Antonio, una para la de la Florida y otra para la Carrera de Andalucía, configuradas por un hueco abovedado rebajado de mayor altura y dos adintelados a cada lado.
El estilo claramente francés de los arcos rebajados, delicadamente almohadillados, y los ramales y pórticos que los flanquean denotan, a juicio de Sancho, ser obra de Marquet, lo cual confirman los documentos históricos, pues en el contrato del derribo y reedificación de los primeros, hecho a Vicente Chornet el 18 de mayo de 1768, se exigía la adopción de las condiciones firmadas por dicho Arquitecto.
En la primavera del año siguiente el Rey dispuso la construcción de la Casa de Familias de los infantes D. Gabriel, D. Antonio Pascual y D. Francisco Javier y acometer así la ocupación de parte de la manzana que Bonavía había previsto con otro uso para el Gobernador y Ministros, la que debía cerrar la Plaza de San Antonio hacia el Este.
Se encargó la traza al ayudante de Marquet el aparejador Manuel Serrano, luego su sucesor como arquitecto director de Aranjuez y a partir de 1774, quien dispuso en sus condiciones que la fachada occidental del nuevo edificio fuera igual a la oriental y proyectada para el Cuarto de Caballeros, en altura y en composición, a fin de mantener el adecuado equilibrio y unidad en el espacio urbano.
El resto de la gran manzana que hubiera completado la línea Este de la Plaza, ocupado por otra casa para dependientes de la Corona, no se edificó y aunque Quindós lamentó la falta de cierre, por creer que así habría sido más hermoso y perfecto el Sitio, lo cierto es que así se logró, como señala Juan José Echeverría, una “mejor interrelación de las construcciones reales con la ciudad”.
De este modo quedo definida la Plaza de San Antonio en el último tercio del siglo XVIII, prácticamente igual a la que hoy se puede contemplar, sino es por la modificación de la estructura de la Fuente de Hera, denominada entonces de las Cadenas, la cual se llevó a cabo durante el reinado de Fernando VII.
Lo más probable es que el monumento diseñado por Bonavía hubiera sufrido los embates del tiempo y, especialmente, de la Guerra de la Independencia, pues durante la misma la Plaza habría de servir de campamento de las tropas, un hecho unido a que tal vez el Rey la viera excesivamente sencilla y quisiera otorgarle mayor significación como punto focal fundamental a la entrada en Aranjuez.
En cualquier caso, lo constatable es que antes de 1831 Fernando VII había ordenado verbalmente la rehabilitación y arreglo de la Fuente de la Plaza de San Antonio de Aranjuez a su arquitecto mayor Isidro González Velázquez, quien dicho año se hallaba reponiendo las cañerías y proyectando la transformación definitiva del obelisco.
Hasta 1836, dice López y Malta, se prolongaron las obras de restauración, de las cuales resultó la sustitución del volumen de planta triangular por otro cilíndrico, a modo de basamento, en el que se excavaron hornacinas para alojar “tres cupidos con una flecha en la mano, en actitud de clavarla”, y a lomos de tres delfines que derramaban agua a unos pilones adosados. Intercalados se realizaron tres rostros de sol, también surtidores, sobre los leones esculpidos por Olivieri, que se conservaron, estando unificado todo el conjunto por un estanque hexagonal al que rodea un pilón de planta circular, adornado con pilares que servían para atar las cadenas de hierro. Corona la composición la misma estatua de Juno con su pedestal, enfrentada ahora a la linterna de la cúpula de la Iglesia de San Antonio, orientación que supuso, para Martínez-Atienza el que la Plaza pudiera ser entendida como “un recinto cerrado en sí mismo”.
Cuando se concluyó la nueva Fuente, que comenzaba a conocerse también como la Mariblanca, ya se había producido la intervención en el solar que faltaba para cerrar la Plaza de San Antonio, pues en 1830 el administrador del Real sitio D. Miguel del Pino había determinado plantar un cuadro de árboles para mejorar la vista desde el Palacio Real. Cuatro años más tarde se erigió en el centro, “rodeado de calada y alta verja de hierro, un pedestal de mármol blanco sobre el que se colocó una buena estatua de bronce de pequeña altura, representando a la Reina Isabel II”, y se rodeó y adornó con ocho bancos de piedra y jarrones sobre altos pedestales. Por Real Orden del 14 de septiembre de 1844 se sustituyó la primitiva reja de madera que cerraba el jardín por otra de hierro.