La edificación se dividía en dos sectores, uno rectangular y otro en “U”, organizados por dos enormes patios, estructurados a su vez por tres crujías perimetrales en el primero y dos en el segundo.
No obstante, poco más se sabe de la composición interior del primitivo Cuartel, si no es que gozaba de “todas las comodidades necesarias” y que el sector rectangular es el que se podría calificar como principal, ya que el meridional no debió concluirse, a juzgar por las palabras de López y Malta, no exentas de cierta ambigüedad. Y es que si Quindós en 1804 exponía claramente la existencia de dos únicos patios en el Cuartel, que no pueden ser otros que los que lo han configurado hasta tiempos recientes, pues las dimensiones de la planta en el Plano de Aguirre de 1773 coinciden con las del parcelario posterior, Malta llamaba al último tercero, tal vez confundiendo al primero con el jardín delantero.
Precisamente, sobre ese tercer patio indicaba que se hallaba a la espalda del segundo o Norte, y que fue iniciado, si bien tan sólo se levantó hasta el suelo del piso principal y al suspenderse la obra se retejó hasta aquella altura, “quedando estos locales para fraguas y otras dependencias poco interesantes”. Este carácter inconcluso lo mantuvo este sector hasta su desaparición, siendo sin duda causa directa de su desprotección urbanística. Añadía además López y malta que constaba con su fuente de agua dulce.
En cuanto a sus fachadas sí debían responder en gran medida a las que han permanecido hasta el presente, especialmente la Norte, hacia el Real Palacio y las Caballerizas, dejando entre éstas y el Cuartel una gran plaza. Aquí se colocó la portada de sillares de piedra blanca de Colmenar y conformada por un arco carpanel entre pilastras dóricas, con su arquitrabe, friso y cornisa correspondiente, ésta curvándose en el centro para formar un arco de medio punto y así acoger las armas reales y la inscripción: “Reynando Fernando VI, año de MDCCLII”.
Se trata de una puerta todavía barroca, encuadrable dentro de la arquitectura característicamente italiana de Bonavía, en la que a pesar de su traza algo rígida, se reconocen elementos propios de ella, como la curvatura de líneas, los florones de remate de los extremos o el escudo borrominesco. Son singulares las guarniciones de los huecos del piso principal, a modo de guirnalda lisa y con la clave del dintel marcada.
El alzado septentrional en general es sencillo, de paramentos revocados, cuyos vanos siguen un ritmo monótono que se interrumpe en el eje central, estando coronado por un alero de canes de madera labrada. Los restantes frentes del cuerpo principal mantienen las mismas pautas referidas, con mayor analogía en el meridional, mientras que los del secundario eran más simples, faltos de unidad en algunos puntos y de una sola altura, demostrando su naturaleza auxiliar.
En cuanto a su construcción, ésta consistía en muros de carga de ladrillo de macizo y grandes cantos de piedra en las fachadas exteriores y al patio y una o dos líneas porticadas centrales con pilares, zapatas y vigas de madera. Los forjados de planta alta eran de madera, con entrevigados de cascote y yeso, sujetos a aquélla mediante tomizas enredadas en las vigas, y la cubierta del mismo material, con paredes apoyados en los muros, sobre durmientes, y en los pórticos intermedios sobre las carreras, quedando éstos atados por puentes trasversales.
La fecha en la portada aclara la duración de la obra, que se inició el 16 de agosto de 1751, cuando fue contratada al maestro de arquitectura Manuel López Corona, vecino de Madrid y residente por entonces en Aranjuez, quien habría de destacar después en el Sitio de El Pardo en la realización de varias y diversas obras reales. No obstante aquí, y en su primera etapa profesional, ejercía como contratista para hacer el Cuartel de Corps, en sustitución de Pablo de Salas, quien había efectuado el remate por 460.000 reales de vellón, pero no había presentado la fianza. Corona debería ajustarse al plan y condiciones redactadas por Bonavía, insertadas estas últimas en el contrato.