Dicho y hecho, sentados en un banco del jardín y comiendo con los dedos, se pusieron a dar buena cuenta del contenido de la tartera, acompañándolo de pan de hogaza que al pintor le pareció excepcionalmente bueno y desconocido. La bota de vino contribuyó de manera sustancial a la satisfacción de ambos. Mientras comían, Carlos le iba preguntando al artista detalles sobre la profesión que tanto le fascinaba.
-Si no es indiscreción, ¿cuánto tarda usted en pintar un cuadro? He visto que de momento no ha hecho gran cosa. Y perdone mi atrevimiento.
-¡ja,ja,ja! No hay nada que perdonar hombre. Verás, no hay tiempo definido para terminar un cuadro. Lo único importante es acabarlo bien, lo cual a veces es imposible. Pero en ese caso ni siquiera he empezado aun, porque estoy buscando la luz.
Carlos no entendía lo que aquel hombre quería decir. A él la luz le parecía bien evidente. Y también que pasando las horas en su busca, acabaría desapareciendo. Al ver su estupefacción, Santiago siguió explicando:
-En primer lugar, como podrás apreciar, estas horas del mediodía son demasiado luminosas y con tanto brillo los detalles de las cosas se pierden. Hasta ahora me he dedicado a disfrutar de los colores del otoño en este jardín y a imaginar cómo serán cuando avance la tarde, que es cuando empezaré a pintar realmente. Aunque lo que estoy haciendo en este momento es también parte del proceso de la pintura.
-Mirando con precisión la corteza de los árboles – prosiguió el pintor -, las hojas de tantas tonalidades, el agua del estanque… consigo determinar el color de la luz de base, el aire de este lugar, que será de alguna forma el fondo del cuadro.
Calores aun comprendía menos el proceso, a medida que recibía más explicaciones. A él la luz siempre le parecía la misma, más o menos intensa, pero sin color.
-Te enseñaré un truco para que compruebes lo que digo: mira al cielo durante un buen rato y luego dirige la mirada rápidamente al cuadro que está en blanco. ¿Qué ves?
No veré nada, pensó Carlos. O todo lo más, una tonalidad azul como la del cielo, porque mis ojos se habrán acostumbrado a ella. Sin embargo, tras realizar el experimento que le proponía el pintor percibió en la tela un fondo rojizo que le dejó maravillado.
-Rojo, ¿verdad? – le dijo Santiago, dejándole estupefacto – Pues ahora el intríngulis es conseguir ese mismo rojo para el fondo del cuadro, mezclando estos óleos que tengo en la paleta. Eso es el elemento fundamental de la pintura y lo que marca la diferencia entre buenos y malos pintores, o lo que señala a los auténticos genios como Velázquez o Goya, el de la pincelada densa y apasionada, pero sin embargo perfectamente trabajada.
Calores seguía embobado con las explicaciones que escuchaba. Desconocía a aquellos brillantes creadores, pero era capaz de imaginar lo que Santiago describía.
Sabrás quizá que este último – añadió el artista – estuvo por aquí haciendo bocetos al natural de la familia real para luego pintar un cuadro magnifico de todos ellos juntos. Estoy seguro de que aprovechó la estancia para ir a los toros en la plaza que entonces estaba recién inaugurada y hacer más dibujos que luego le servirían para sus grabados de tauromaquia. Al fin y al cabo, era un torero frustrado aunque poca gente lo sabe.
El Sobreguarda imaginó, mientras oía dichas palabras, al famoso aragonés retratando al antiguo maestro Pepe-hillo, del que Juanillo le hablaba a menudo. Sin saberlo acertó mentalmente el tema de algunos grabados, que reflejaron en su momento la cogida mortal que acabó con la vida del mismo.
-Bueno, basta de cháchara – sentenció el artista – te agradezco mucho la comida. En la próxima ocasión me toca invitar a mí. Ahora me pondré manos a la obra, este jardín me fascina, y puede ser fuente de muchos cuadros. Pensar que hace un par de días estaba pintando en Granada y no creía poder encontrar algo más bello, pero aquí está delante de mis ojos. Tengo que aprovecharlo porque mañana sin falta vuelvo a Barcelona.
Al oír que el pintor venía del sur, Carlos recordó inconscientemente la epidemia del cólera. Sin embargo, se dijo a sí mismo que alguien tan fino como aquel señor nunca hubiese podido ser portador de enfermedades. Le dio las gracias por las precisas explicaciones que había recibido y se fue tan discretamente como había llegado, con la enorme satisfacción de haber aprendido tantas cosas sobre algo que pocas personas conocían.