ABC 05/10/1930 Pags. 3, 4, y 5.
El día de…
DON SANTIAGO RUSIÑOL
Dos figuras diminutas, las de un fotógrafo y un periodista, avanzan por una larguísima avenida de los jardines de Aranjuez que parece un claustro. Las altas ramas de los árboles forman la ojiva y los troncos la columnata. Hay soledad hiedra, humedad y silencio. Al fondo del paseo nos saludan, desde lejos, unos chopos que cabecean, con las hojas temblando. El periodista y el fotógrafo van en busca de Rusiñol, que está pintando el Laberinto, grupo de cipreses centenarios. Dudan de encontrase porque un viejo guarda del Real Patrimonio, de rostro descascarillado como su banda charolada, nos dice que “el señor Rusiñol no debe haber ido a pintar porque le han puesto una indición de morfina”.
Del pie de los álamos surge de repente un automóvil de juguete. ¡Qué lindos sus colores en el gran paseo, como una ilustración infantil! El encuentro con el coche rompe el cristal del cuadro encantado. En el fondo oscuro aparece la cabeza blanca y alborotada del pintor, que inunda todo de bondad de sencillez, de cortesía. Regresa a Aranjuez, terminada la labor, y nos cita en el merendero del río.
-No se confundan- nos dice- porque hay varios. Es en El rana verde.
-Muy bien, don Santiago. En el acto estamos allí. La rana verde…
-No, no, no… -replica con tono juicioso de su acento catalán-. La rana verde, no. El rana verde…
-¿El rana verde? Bien. Pues El rana verde.
Y un momento después nos encontramos todos sentados alrededor de un veladorcito. Con Rusiñol está su esposa, doña Luisa Denis, que también pinta. Cuida amorosamente a su marido, de quien no se separa un momento. Es una señora resuelta y vivaz, que frecuentemente incita a su esposo a la alimentación.
-Santiago, ¿no te tomarías ahora una tacita de café con leche?
Rusiñol rehúsa el ofrecimiento con su eterna y placida sonrisa. Desde hace cuatro años el pintor se alimenta únicamente de leche. Por esto tal vez la piel de su rostro es tan transparente y fina, parecida a la de los niños, y por eso quizá su mirada parece cándida e infantil. Rusiñol, que siempre fue un chico grande, se ha infantilizado más en sus últimos años. A pesar de su salud quebrada, todo lo toma a broma y se ríe de todo, hasta de sí mismo.
¿A qué hora se levanta, don Santiago?
-A las dos y media de la tarde. ¿Eh? ¿Qué tal? La actividad catalana… Pero como no tengo que almorzar ni cenar, me sobra tiempo para todo. Escribo en la cama, leo en la cama, quisiera pintar jardines al aire libre desde la cama…
-Me canso- -dice-. Tengo las piernas muy débiles y apenas puedo andar. Hace ocho o diez años que venía a pintar estos preciosos jardines; pero una tarde en mi Museo del Cau Ferrat, en Sitges, se presentó el Rey y me preguntó por qué no venía ya a Aranjuez. “Señor –le dije-. Porque ya soy viejo y me cansan mucho las caminatas para llegar al interior de los jardines. ¡Cómo está prohibido el paso de carruajes!” El Rey estuvo entonces muy cariñoso conmigo… Si, muy cariñoso. Esta es la verdad. Dio orden en el acto para que permitieran la circulación de mi coche, y por eso he vuelto.
Don Santiago como todos los fumadores en pipa, parece muy atareado con su negra y pequeña cachimba. Mientras habla comprueba que está apagada, mete dentro un dedo, rasca el tabaco y enciende un fósforo. En los momentos de duda golpea la pipa contra el velador. Cuando ya arde el tabaco y el pintor dice una frase divertida se coloca la pipa humeante en los labios, alza la frente y todo el rostro sonríe bajo las chispitas de luz de sus ojos.
-Si- nos dice- Aquí en Aranjuez, me llaman el señor Ruiseñor…