Y añade:
-¿Cómo diablos se habrán enterado de que me he puesto una inyección de morfina? Es curioso. Se enteran de todo.
Después nos habla pausadamente de su vida en Barcelona. Pinta en Horta y en las proximidades de Montsent. Tiene una tertulia en el bar Olimpia, conocido por La puñalada. A Rusiñol le gustan estos nombres comerciales pintorescos, que tanto abundan en Francia. No nos dijo que le encantaba el de El rana verde, pero lo adivinamos. Confiesa que le es simpática La puñalada, con su tertulia de Paisa, Moraga, Casals y otros músicos, que acuden allí después de cerrados los teatros. Rusiñol pasa las veladas en los camerinos de las actrices y en los cuartos de los cómicos y ve amanecer en La puñalada del paseo de Gracia, donde compra la Prensa de la mañana, cuando está tiernecita, para leerla en la cama, antes de dormir.
-Aquí, en Aranjuez- nos cuenta después-, gozamos de la música con profusión. Todo el día y toda la noche están sonando gramófonos, altavoces, pianolas y otros instrumentos.
En efecto, el ruido es formidable, y el periodista y el pintor se entienden con trabajo. Como Rusiñol es incapaz de hablar fuerte, su esposa nos transmite a veces sus frases. Recostado en un sillón de mimbre, fumando voluptuosamente, Rusiñol ve deslizarse el tiempo, que parece flotar con la neblina sobre el río. Nos recuerda sus obras, entre ellas las dos primeras de su vida, escritas en castellano, Impresiones de arte y El molino de la Galette.
Su esposa interviene y nos dice:
-Pero la que a mí más me gusta es Oraciones, dedicada al sol, a la lluvia, a las estrellas…
Su marido la mira de través y dice simplemente:
-Porque es la más lírica.
¿Recuerda Usted, don Santiago –preguntamos-, una semblanza que escribió en la revista España, hace veinte años, sobre el comisionista catalán? Después de pintar su abrumadora labor del día, sus discusiones en la barbería del pueblo sobre Madrid y Barcelona, sus ventas y las cartas escritas sobre la mesilla de noche al jefe de la fábrica y a la esposa, cuando ya en el lecho siente llegar dulcemente el sueño, salta de repente de la cama enciende la luz y pega sobre la bombilla un anuncio transparente de la Casa de Barcelona.
Rusiñol hace signos negativos. No recuerda nada. Durante catorce años estuvo escribiendo un artículo diario en La esquella de la tarraxa.
-¿Quién se acuerda ya de todo lo publicado?
¿Qué le gusta a usted más: pintar o escribir?
-Pintar. Preocupa menos. He pintado cien cuadros. Los vendo bien.
Cuando hace veinte o treinta años pintaba usted estos jardines con tapias azules se comentaba su estilo como una extravagancia. ¿Qué se diría ahora?
-Ahora se pinta en broma. Pero lo que sea broma no está mal. Picasso, pinta en broma y, además, es un gran pintor.
¿Qué edad tiene usted, señor Rusiñol? Se dice por ahí que cuando le hacen a usted esta pregunta contesta que “un año más que Borrás”.
- Pero es una broma mía, que sé que no le gusta. Borrás está muy joven y muy fuerte, y en la escena española nadie le ha arrancado todavía el primer puesto. Somos muy amigos.