Llega un postillón de zarzuela rural con la Prensa de Madrid. Son Santiago compra tres, cuatro diarios; los desnata, a flor de titulares rotulillos, mientras apura su amcré picón. Para leer se ha puesto las gafas sobre el caballete aquilino de la nariz. Doña Luisa,y extasiada en su marido, sonríe feliz, al margen de la gloria.
-¡Usa usted gafas para pintar en esta última época!
-No, ¡Nunca! Sólo cuando leo. Los lentes definen demasiado las cosas. El paisaje pierde su vaguedad. Y como a mí solamente me interesan las masas, el color… Por eso ahora no me quedo a pintar, porque el invierno despoja de su secreto a los jardines. Pero volveré aquí, por unos meses, este otoño. Y el año que viene, en primavera.
UNA PROYECCIÓN: CINCUENTA ESPECTADORES
Don Santiago recuerda entre sus contertulios de Aranjuez la vida y milagro pintorescos de un gran tipo. Era un catedrático de Economía, devoto de Rusiñol, aunque tonto de capirote. Don Santiago había dado en el ateneo de Madrid una conferencia, con proyecciones, sobre “Jardines de España”. Al regreso a Aranjuez, el economista quiso dar otra conferencia con los mismos elementos de ilustración plástica sobre el arde de Rusiñol. Se llenó a rebosar, el teatro. Don Santiago, al lado de su panegirista, soportaba en el escenario, ante la pantalla, el inacabable discurso. Y observaba; un poco alarmado, que a cada apagón para proyectar en aquella pantalla un jardín, escapaban de la sala, en sigiloso tropel, cincuenta espectadores… Como la fuga se repitiera indefectiblemente en esta aterradora proporción, llegó un momento en que el artista aconsejo por lo bajo a su amigo:
-¡No! No… Sin ilustraciones, que nos vamos a quedar solos usted y yo.
LA JORNADA DE OCHO HORAS PARA LOS PARROQUIANOS
-Se está bien en el café. ¡verdad! –me dice Rusiñol, una tarde, al cabo de tres horas de charlar y fumar nuestro mal tabaco de setenta en cachimba.
-¡Cuantos años habrá usted invertido, D. Santiago, en los cafés del mundo!
-¡Hombre! Así, sin un lápiz y un papel, no puedo calcularlo con exactitud.
Le doy un lápiz, y hace números en el mármol de la mesa:
-Ya está. Eso es: en cifras redondas, unos treinta y cinco años, días más, días menos. La mitad de mi vida. Pero… Habrá que pedir la jornada de ocho horas para nosotros los parroquianos. Más de ocho horas diarias es cruel estar sentado ante una mesa y un espejo…
“RICO, SIMPÁTICO Y GUAPO”
-Mi marido –me confiesa doña Luisa, esponjada como amorosa paloma, junto al artista compañero de su existencia- ha tenido siempre mucha suerte. Rico por su casa, pudo hacer siempre su santísima voluntad; luego, ¡tan simpático a todo el mundo! En todas partes ha encontrado amigos de verdad. Y… -ahora puedo decirlo, sin que te pongas tonto- Santiago ha sido muy guapo, Sé que ha gustado mucho a las mujeres, por suerte para él; por fortuna para mí, yo no lo he comprobado personalmente. Sé sus fechorías de oídas, y siempre tuvo palabras para convencerme de que le calumniaban… ¡Bien se ha divertido el muchacho!
LA COMPAÑERA DEL PINTOR, PINTORA
-Sí yo también soy pintora. Pero sólo por afición, por cariño a Santiago. Le he acompañado tantos días, tantos, en sus horas de trabajo… Y como él adora el paisaje…
-¡Usted es, como don Santiago, paisajista!
-¡Como él, no! Nos parecemos en que… he pintado los mismos lugares. Pero nunca he querido exponer con él. ¡Qué miedo al ridículo! Hace dos años, en Barcelona, si expuse; pero con otros amigos: con el pintor Castellanas y con Alegre, el forjador de hierro artístico. Y no crea usted; vendí algunos cuadros. ¡Hasta cien duros! ¡Me dio una alegría! Era el primer dinero que ganaba en mi vida.
-Eso, no –la ataja, protegiéndole los débiles hombros de mujercita frágil con sus brazos lentos y grandes, de padre río-. Tú has sido una buena compañera; me has soportado a mí; me has alegrado la casa. Todo lo que gana un artista que tiene una mujer buena y alegre son bienes gananciales.