Entradas; para los practicantes seis y vivienda; para la cocinera otros seis, y cuatro para la ayudanta, sin especificar el de los mozos. El lavado de ropas se encargará a una mujer a la que se impondrá el título de “Lavandera del Hospital”, quien tendrá obligación de asear toda la ropa que se le entregue, “sin excusar nada por inmunda” y que “deba lavarla a conciencia de modo que no se estropee demasiado”.
El hospital estará protegido por un sargento y cuatro soldados de la Compañía franca de Inválidos del Sitio, “sujetos en un todo a las órdenes del Hermano mayor, Consiliarios y Administrador”.
Posteriormente, para evitar las molestias e inconvenientes de tener que recurrir a los curas de Alpajés para administrar la extremaunción a los agonizantes, se creará una capilla dentro del mismo hospital en el año 1788, dedicada a San José.
Para tener una idea aproximada del servicio que prestaba este hospital y del movimiento de entrada y salida de enfermos, se ha confeccionado un cuadro con unos datos que, aunque sólo sean un muestreo, pueden ser suficientes para este fin propuesto. Como contraste a los datos normales de unos años cualesquiera, se incluyen los referidos al primer trimestre de 1804, inusitados por su gravedad, y en cuyo tiempo hubo que habilitar el Hospicio, aunque de forma provisional, como supletorio hospital para poder atender a la gran cantidad de enfermos que hubo que recibir.
Las causas de tan elevado número de enfermos y fallecidos en el semestre de 1804 no aparecen justificadas en ningún documento de fecha y referencia directa. Este silencio administrativo hace pensar en la posibilidad de intentar ocultar o silenciar algún hecho luctuoso, y también podría hacer cómplices a algunas personas con cierto relieve en las áreas de poder en el Sitio. Parece como si en Palacio nadie quisiera hablar ni escribir sobre el tema.
A alguna de las enfermedades, quizá epidémicas, que se han dado este año, se agregan las provocadas por la falta de subsistencias, sobre todo del pan. Es una hambruna continuada desde años atrás. Ha habido en España en estos años unas cosechas pésimas de cereales, en especial de trigo. Esta carestía provoca un desabastecimiento, forzado aún más por los especuladores, que retiran del mercado grandes cantidades de trigo. El ansia de lucro de estos acaparadores no se ve satisfecha: el precio de la fanega de este cereal, que era de 51,3 reales en agosto de 1800 llega a 173,2 en mayo de 184, con un aumento del 237,6%. Paralelamente el precio del pan elaborado para consumo aumenta en proporciones parecidas: el “pan español” de dos libras, consumido por las clases modestas, pasaba de 11 cuartos en junio de 1801 a 24 en octubre de 1804, con un aumento de 218%.