La segunda minuta casi se repite, como una idea obsesiva, al tiempo que da consejos para evitar la posible reiteración de errores:
“..que el trigo bueno da más pan, que el de este año es por lo general más
pesado que el de los años anteriores que los religiosos del Escorial han dado
en 42 cuartos, mejor pan que el Tahonero… y que las muchas enfermedades
del año pasado procedieron de la mala calidad del Pan, que yo vi varias veces
por mis ojos”.
Aquí aparece un elemento nuevo: el Tahonero, Pablo Alonso, que llevaba varios años con el suministro del pan con arrendamiento de las tahonas reales del Sitio. Se le ha anulado el contrato y se le ha abierto un proceso. Por la investigación de la documentación registrada, parece seguirse contra él un delito de malversación de fondos, como si hubiera cobrado por unas harinas buenas y haber empleado otras de inferior calidad; como si hubiera registrado la venta de distinta calidad de panes de los que efectivamente había sido vendidos. De la abundante documentación que existe sobre la causa seguida al tahonero, se podrían hallar muchos datos que diesen luz sobre aquel luctuoso tiempo.
No es fácil encontrar abastecedores de trigo para el Sitio en 1805. Ni se encuentra trigo a unos precios razonables, ni se les da facilidades a los que pretenden quedarse con el contrato del abasto. Es por esto que López Rojas Domínguez decía hacer pan para los pobres con la “cabezuela” del trigo y otras semillas que fuesen “buenas para la salud”. El ministro de Hacienda, Cayetano Soler, acepta adelantar a cuenta un millón de reales para invertirlos en la compra de trigo y tenerlo almacenado con tiempo. La cantidad del cereal necesaria para el consumo anual se evaluaba entre treinta y cuarenta mil fanegas, aunque en algún documento se hace subir hasta sesenta mil por la mayor afluencia de gentes en jornada.
En estas ocasiones se intenta buscar algunos culpables más o menos directos, y de mayor o menor responsabilidad, para descargar en ellos, en lo posible, el peso de la Justicia. Al mismo tiempo que se encierra al tahonero Alonso, aparece en algunos documentos el gobernador de Ocaña, don Antonio Bussi, coronel de Caballería. Tampoco se le puede acusar claramente de ser culpable más o menos directo ni en qué grado de lo ocurrido en ese año en Aranjuez. Pero sí es significativo y coincidente. Bussi ya se había distinguido en otros años en poner obstáculos a la villa de Ontígola para que se le hiciese efectivo el reconocimiento de Villa, con plena independencia de Ocaña. Ahora debió poner impedimento, desde su parcela de poder, para impedir el envío de trigos al Sitio, como ya había precedentes, quizá por temor a que Ocaña se quedase desabastecida en aquel año de gran penuria.
El Consejo de las Órdenes, reunido con urgencia el 20 de julio de 1804, pocos días después del parte semestral del Hospital, y consecuentemente con el inmediato asentamiento del rey Carlos IV, ordenaba que Bussi fuese conducido “al convento de Yepes en calidad de recluso”. Todavía parce relacionarse más esta orden de prisión con el Sitio, porque es comunicada al gobernador de Aranjuez, Manuel Andrade, para que sea él personalmente quien deba “evacuar el asunto”, llevándole custodiado desde Ocaña hasta la prisión. El historiador de la villa de Ocaña, Benito de Lariz, dice que el cargo de gobernador de aquella villa fue desempeñado por Bussi hasta el 20 de febrero del año siguiente, en clara contradicción con la detención. Como el siguiente gobernador don Antonio Guillelmi, empezó a ejercer el día 3 de junio de 1805, puede