que tiene este Sitio para este fin. Estos traslados se efectuarán también con
los enfermos de los pueblos vecinos que les apetezca venir a este hospital,
para que no falten camas, “a los que legítimamente deben disfrutarlas”.
Una declaración más de que el hospital se crea referente para sus propios
criados.
Se aceptarán pacientes de todas clases con “enfermedades agudas o
superagujas, y los que necesitasen de pronto socorro”. Se exceptúan los
pacientes de “enfermedades Crónicas contagiosas, como Thysis, Rabia,
Escorbuto confirmado, (enfermedad producida por el hambre continuada),
Tina, Sarna, Tabardillos pintadas, Viruelas, Sarampión y cualesquiera
otra”. El servicio a los enfermos se prestará con “el mayor amor, caridad
y vigilante zelo de todos los Sirvientes… pues demás de la obligación que les
asiste, sirven particularmente con aquellos actos que a la Magestad Divina,
y a nuestro Católico Monarca le dará un específico gozo, por lo que en ello se
deleita su fervorosa cristiandad..”.
Se detalla tal asistencia, “…cuidando tengan siempre que sea posible las
Camas, Camisas y demás paños, aseados y limpios y sin ningún género de
inmundicia que les pueda ser perjudicial y causar asco a las personas que
quieran emplearse en asistirlos y visitarlos para ganar el inmenso tesoro de las indulgencias”.
En el cumplimiento de los mandamientos de la Madre Iglesia, los papas y obispos concedían redención anticipada de las penas que debían cumplirse en el Purgatorio después de la muerte. Este de “visitar y asistir a los enfermos” era uno de ellos, y lo practicaban generalmente mujeres pudientes.
Se ordenaba alimentar a los enfermos con unas dietas que hubieran deseado en salid la mayoría de ellos. Siempre que los médicos ordenen un régimen especial de comidas, éstas debían estar compuestas por “solo para los caldos, medio cuarto de Gallina y cuarterón y medio de carne (340 gramos) con los Garbanzos y Tocino que juzgue prudente el Administrador según el numero de Enfermos, repartidos en las dos comidas de mediodía y cena; una Libra de Pan para ambas, dos onzas (57 gramos) para cada sopa o desayuno, una copa de vino a cada comida, al que deba beberlo, una onza de Chocolate para cada vez, dos onzas de Azúcar para cada Limonada, y además se les suministrarán quanto juzguen los médicos necesiten para su curación y restablecimiento, como es Azúcar Rosado, Vizcochos, Huevos, Pasas, Almendras, etc”. Con cierta aproximación se puede calcular esta dieta, equivalente a unas 3.300 calorías. Comparadas con las mil más o menos se consumían en un hogar sencillo, se comprenderá cuál sería la reputación que debió adquirir el Hospital, aunque se rebajase por negligencia u otros motivos la cantidad y calidad de los alimentos que se habían reglado. También se preceptuaba lo que se debía hacer con el sobrante de las comidas.
“..se recogerán en una olla de cobre, y con noticia del Consiliario de semana,
se embiará diariamente a la Cárcel de este Sitio para repartirla entre los
presos, o al Real Hospicio, y quando no hubiese en estas Casas quien lo
consuma, se repartirá a los pobres mendicantes a la puerta del mismo
Hospital, sin que pretendan los Sirvientes de él derecho a nada”.
Más adelante, para desterrar el vicio que se debió adquirir por parte de las cocineras de extraer alimentos para sus propias necesidades familiares, se estableció dotarlas diariamente con un pan y una racion de carne.
La vivencia religiosa de aquellos tiempos está reflejada en el capítulo XXV, dedicado al Capellán Administrador: “Deberá ser un dechado de virtudes cristianas”, no debe permitir “se pueda fumar tabaco en hoja, juegos ni otros escándalos”, “todas las noches rezará el Rosario a coro con los enfermos”. Y la exigencia o arbitrariedad abusiva para un hombre de casi el siglo XXI, que podría hacer repugnar a conciencias no creyentes: