La escasez de granos en Madrid era evidente: entre los años 1799-1800 estuvieron entrando en los depósitos de la capital una media mensual de 36.000 fanegas de trigo, pretendiendo sus autoridades mantener una prudente reserva, que se iría perdiendo en los años siguientes, hasta llegar a sus mínimos en el mes de febrero de 1804. En el mes de junio de este año ya no entraba ninguna cantidad en aquellos almacenes.
Esta explicación es válida para Aranjuez. El gobernador, ante la elevación paulatina y excesiva de los precios, se había retraído de mandar adquirir a tiempo, como se hacia en todos los años, los cereales correspondientes para asegurar el abasto de pan en el Sitio. Cuando quiso reaccionar ya era tarde: no se encontraba trigo ni tan siquiera en Navarra, hasta donde llegaron sus emisarios. De la falta de este cereal posiblemente se deriva el gran número de ingresados y muertos en el Hospital. El hambre excitaba las enfermedades. En Madrid el número de fallecidos anualmente había estado subiendo de forma paulatina en estos años, con algunas ligeras alternativas; desde 4.118 en 1795 a 5.930 en 1803. En 1804, esta mortalidad se disparaba: 11.307. Representaba un 274% más que en 1795. Según los datos disponibles del hospital de San Carlos de Aranjuez, lástima que no se sepa de toda la población en general, la cantidad de muertos se elevaba de 44 en 1795 a 237 en el primer semestre de 1804.
Este numero de muertes, como mínimo el doble de las ocurridas en cualquier otro año de los consultados, evidencia la gravedad de la omisión del gobernador y sus colaboradores en materia de abastos. Todos los indicios apuntados en algunos documentos nos llevan inexorablemente a la misma conclusión: Tantos muertos en Aranjuez, más de un centenar con respecto al año más luctuoso, fueron por esa causa. Es lógico creer que se debieron incrementar más aun porque de los 884 enfermos enviados a Madrid, no todos serían “vagos” y muchos de ellos debieron morir en la capital, ante la deficiente alimentación que tenía la Corte.
Incluso se llega a una deducción impresionante. El pan que se estuvo vendiendo para los pobres debía estar confeccionado con harinas no aptas para el consumo humano. El ab astecedor de trigos para el año siguiente 1805, decía en carta al gobernador el 2 de diciembre de 1804:
“.. y que sale su precio a cuarenta y un cuarto el Pan, precio tan excesivo que indispensablemente hacía que el Exponente fuese un objeto de odio y
Execración pública como ha empezado a experimentarlo, ya sólo con la subida
de solo cuatro cuartos, siendo que en los pueblos inmediatos no pasa de 30 a 40 cuartos..”.
Ya hay un dato. Cuanto. Cuando en Madrid, el precio del pan se protege vendiéndose a 24 cuartos, en los pueblos se hace entre 30 y 40, y aquí en Aranjuez se calcula en 41 cuartos. De ahí el lógico odio y execración que manifiesta el Pueblo al abastecedor, y le maldice abiertamente. Pero es el mismo Pedro Cevallos, primer ministro y superintendente, el hombre más importante después del rey en todo el país, el que pone el dedo en la llaga. Hay dos minutas suyas, autográficas, de cartas que quizá nunca se enviaron, fechadas respectivamente en San Lorenzo y en Villaviciosa los días uno de enero de 1805 la primera y el día tres del mismo mes la segunda. Que el original no se encuentre en el mismo legajo, no decide de la autenticidad de las minutas, con la reconocida letra de Cevallos. Es suficiente:
“También recuerdo y encargo a la Junta (del Gobierno del Sitio) la puntual
observancia de quanto S.M. tiene mandado en sus Ordenanzas, singularmente en materias de Abastos: teniendo presente que las muchas enfermedades del
año pasado procedieron de la mala calidad del pan que yo mismo vi varias
veces por mis ojos".