El puente, inicialmente, debería costar 463.866 reales; iría colgado por un juego triple de cadenas, sujetas de unas pilastras a los extremos del puente, que serían suficiente para sujetar el peso. Resistirían una tracción de 11.040 arrobas. La estructura del paso, metálica, quedaría totalmente asegurada.
Se calculó que las aguas en su máximo nivel durante las riadas quedasen por lo menos ocho pies por debajo del piso de la obra, por lo que era preciso terraplenar la “carrera”, y no “carretera” como decimos, de Andalucía, con una suave pendiente, que los carruajes deberían salvar con facilidad. La cimentación se empezó seis pies más abajo “que las aguas bajas”, para lo cual, y poder trabajar en seco, se hicieron dos malecones para la reconducción de las aguas.
Miranda y García Bueno disputaban frecuentemente por motivo de los pagos de los gastos de las obras. Y es que el burocratismo siempre ha sido uno de los mayores vicios de la Administración.
Terminadas las obras, los costos se habían desparado, elevándose a un total de 1.345.091 reales. Entre éstos, se encontraban los producidos por las estatuas colosales, así como las farolas de gas hidrógeno, para el alumbrado del puente.
La extracción de las estatuas de los sótanos del Palacio Real de Madrid, costó 15.324 reales, su traslado 8.800 y la pintura para darles un “color de mármol antiguo”, 7.060. Los traspalados, cada vez una imagen, se efectuaron en una barca, montada sobre un cureña y fueron encomendados a la Compañía de Reales Diligencias. La mayor dificultad en el trayecto se encontró en la bajada de la cuesta de la Reina, por el peligroso desnivel, que podía provocar su despeñamiento. Se soslayó la dificultad con dos yuntas de bueyes, que se emplearon para frenar la cureña. La técnica aún no tenía soluciones más científicas.