que denunciaba como partidario activo del príncipe Fernando, que aprovechaba su condición de mercader para introducirse libremente en la cámara del Príncipe de Asturias y poder trasmitir los mensajes del partido fernandino. El documento de reclamación contenía algunas frases que revelan la importancia de aquellas tiendas, de la variedad y naturaleza de aquellas mercaderías. Y de la importancia que daban al Real Sitio desde el punto de vista mercantil:
“Hasta la presente todos los Sitios Reales, y en especial éste de Aranjuez, han gozado de toda franquicia y libertad de derechos en atención a que los Consumidores son todos , o los más, Dependientes de la Real Casa y Comitiva, en cuyo numero se Comprenden los Señores Ministros, Grandes Embajadores, y aún hasta la Real Familia”
Estas frases nos liberan de explicar la importancia que adquiría Aranjuez en aquellos tiempos de jornada, porque junto y detrás de estos altos personajes, se movía y se trasladaba al Sitio el “todo Madrid”. Los industriales aprovechaban estas circunstancias con un gran sentido comercial. Precursores de una propaganda moderna y de los actuales Sports publicitarios, colgaban de las fachadas de sus comercios unos cartelones, más o menos atractivos, con la leyenda “Proveedor de la Real Casa”.
Este conflicto persistía en 1806. Algunos de los locales que arrendaban los comerciantes venidos de Madrid, eran propiedad de la Corona, por cuyo motivo aumentaban más las rentas del Real sitio. El Contador de su Junta de Gobierno, con la aprobación del nuevo gobernador Manuel Andrade, informaba sobre las utilidades y rentas del Sitio. Entre ellas aparecían algunas que interesan conocer en este trabajo:
“Parador del Rey (la actual de Monegre), 51.65º reales de vellón”
“Derechos de pontazgo por los puentes Largo, de la Reina y Barcas, 404.264 reales de vellón”
“Las nueve tiendas de los portales de Abastos, 27.950 reales de vellón”
“Fondas y cuadras en la Jornada, 22.240 reales de vellón”
“Cajones de la Plaza, arrendados, 2.120 reales de vellón”
Aparece ya el nombre de “Plaza” asociado con el de “cajones”. El mercado es una realidad, pero asentado al aire libre. Los puntos de venta, construida ya la nueva línea de casas que dividen en dos calles a la antigua Plaza de Abastos, la han reducido en gran parte, aunque todavía el sector dedicado a mercado sigue siendo amplio. Ahora estará limitado al sur por la posada de la Costurera y el Parador del Rey, y por el norte la casa Tocinería y las Tahonas del Rey, A lo largo de la carretera ya se habían ubicado los talleres de herrería y carretería, que junto con las tahonas, muchos de los actuales vecinos de Aranjuez hemos llegado a conocer. Las nueve tiendas de los soportales seguían siendo en este tiempo los comercios más lujosos.
La zona se comunicaba bien con el resto de la población. Los puestos, colocados a la intemperie, se fueron aglomerando en una mezcolanza anárquica: se mezclaban los de alimentación o quincalla con los de aperos para la labranza o arreos para caballerías. El gobernador y su junta de gobierno se afanaban la apertura de otros nuevos. Las tiendas, a las que llamaban ”garabitos”, eran unas casetas, casi siempre de madera, de formas irregulares, despuntadas, de muy heterogéneos materiales. Escaseaba la limpieza, falto todo de un aseo diario.
El permiso para la adjudicación y colocación de los puestos era motivo de roces y molestias entre los futuros vendedores. Baste por ejemplo el forcejeo que mantuvieron en 1807 Valentín Ávila “Soldado de Real Cuerpo de Guardia Españolas, con más de veinte años al servicio de V.M. que se veía obligado a buscar trabajo para poder alimentar a su dilatada familia” y Joaquín García, “morador de continuo en el Sitio”. A los dos se les había adjudicado un puesto, y por un error administrativo, se les había dado idéntica ubicación en la plaza. Valentín había adelantado cuatro onzas de oro para que le construyeran el cajón, pero Joaquín ya le tenía dispuesto para su colocación. El soldado escribe un memorial a la Reina María Luisa, pidiendo justicia, alegando sus meritos en el servicio a los reyes. Palacio resuelve a su favor. Al margen de los propios problemas del Mercado, este incidente nos puede hacer pensar sobre la cuantía de los salarios de los soldados de aquella Guardia Española, cuando uno de sus miembros se veía obligado a alternar su profesión de defensa y protección de los reyes, con las de un modesto vendedor en un puesto callejero.
La caótica situación de los puntos de venta obliga en 1807 al gobernador Simón García Puertas a buscar una fórmula para su reorganización. Junto con sus Oficiales Reales, acuerdan la construcción, por cuenta de la Administración patrimonial, de unos “tinglados distribuidos en calles uniformes, con sus cajones en los extremos y fachadas en las calles de Estuardo, Postas y camino de Ocaña…, para el mejor arreglo y limpieza de la Plaza de este Sitio, y hermosura de que es susceptible”, y quitar los garabitos que están “ocasionando golpes y tropiezos por estar bajos, y por las sogas y cordeles y piedras con que los aseguran contra la fuerza del viento”.