Su filípica fue razonada e ilustrada con numerosos datos. Aquello era su ideario y, al mismo tiempo, su testamento político. El concejal Montero lo debió prever, porque días antes de celebrase esta sesión pidió al alcalde un mes de licencia “para tomar baños”, un cierto eufemismo empleado pues con el pretexto de los “baños medicinales”, recomendados por los médicos, casi siempre era la ocasión buscada para tomar unas vacaciones en las playas de Alicante. El resto de la sesión iba a transcurrir sin más particularidades, Parecía que algunos querían decir ahora “diego” donde antes habían dicho “digo”. En particular Montero, que se auto disculpaba implícitamente con su ausencia. Sus dolorosas quejas por la situación un tanto arruinada de las arcas municipales, no las debió acompañar de los dardos que había lanzado contra este alcalde. Pero podemos decir en descargo de Montero, que la acusación de "gastar a lo rico” la hizo pensando en los incontables vecinos pobres, faltos de trabajo, que formaban una gran parte de la población de Aranjuez.
Almazán en 1897 había sido elegido de nuevo alcalde, y tuvo la satisfacción de inaugurar la estatua de Alfonso XII, con lo que se remataba el arreglo de la plaza de la Constitución. El día 31 de mayo de 1897, en aquella plaza, de la mano de la Reina regente Doña María Cristina, se desvelaba la escultura de su inolvidable esposo. A Almazán le cupo el honor de ser el más íntimo testigo de aquella conmovedora escena.
María Cristina volvía a Madrid, agradecida de su Real Sitio. Al siguiente día, en su despacho de trabajo, concedía una gracia a Aranjuez: otorgaba a su ayuntamiento el tratamiento de “Ilustrísimo”. A partir de su comunicación a nuestra alcaldía ya se pudo usar tal distinción. Almazán era el primer alcalde que pudo autonombrase “Alcalde del Ilustrísimo ayuntamiento de Aranjuez”. Antes era “Alcalde del ayuntamiento”.
Esta sencilla historia de la plaza de Abastos y de la edificación de su Mercado, no tiene más objeto que rendir homenaje a unos hombres que fueron capaces de levantar un edificio que, construido hoy, hubiera costado muchos millones de pesetas y que, en definitiva, asombrosamente, había sido costeado en su totalidad por un pueblo que tenía, entonces, solamente 9.806 habitantes. Y triste es reconocerlo, en aquellos años en que gran parte de la población tenía angustiosas necesidades. El hambre rondó en Aranjuez durante bastantes años e hizo grandes estragos. Un contraluz en el que los alcaldes luchaban para remediar esta situación e lo posible y, al tiempo, realizar aquellas obras, que eran necesarias para elevar las posibilidades de una mejoría de calidad de vida con el afán diario de potenciar recursos para que no faltase en ningún hogar un plato de comida. Las tiendas-asilos y las “crisis obreras” darían muchos dolores de cabeza a estos ediles.
En la fachada del ayuntamiento de Aranjuez hay una placa dedicada a un alcalde, Doroteo Alonso Peral, que dirigió la Corporación en varias etapas, en tiempos más cercanos y comprometidos. En el texto que la acompaña se dice: “… como representación genuina de todos aquellos hombres que han trabajado por el bien y el progreso de nuestro pueblo”.
Entre “aquellos hombres”, deben figurar en un lugar destacado Joaquín Gullón López, Silverio Huertas Soler y Rafael Almazán García. Su actuación municipal tendrá sus sombras, las tienen, pero no obsta para que hicieran una buena labor en conjunto. El gran valedor de estos alcaldes ante el pueblo de Aranjuez y su Historia será para siempre un personaje mudo, pero omnipresente, son su silueta alzada perenne enfrente del edificio de la Casa Ayuntamiento, separado apenas por un espacio donde se ubicaron tantas casetas desde las que se alimentaba el pueblo de Aranjuez por muchos años. Es el Mercado Público de abastos. Mientras siga en pie, gritará al viento continuamente el nombre de sus tres creadores.