El Ayuntamiento, presionado ahora por importantes sectores de la población, se muestra inconforme en seguir manteniendo el mercado a la intemperie. Resucita por enésima vez la idea de tener un mercado de fábrica. Consciente de que no puede construir uno nuevo, acuerda pedir al gobierno de la Primera República El edificio conocido por Cocheras de la Reina Madre”. No se consigue este propósito porque la República se mantiene muy pocos meses y la petición se pierde. Es restaurada la Monarquía con Alfonso XII de rey. También se cambian los ayuntamientos. Llega otro mal momento para Aranjuez. La nueva Administración Patrimonial, reflejo de los nuevos hombres de Palacio, endurece sus relaciones con el ayuntamiento respecto a cesiones de propiedades de la Corona. Incluso hay ciertas amenazas de retirarle al Ayuntamiento los edificios que tiene arrendados sobre el tema del Mercado.
El desbarajuste de la lonja es cada vez más acusado. En el centro de la plaza se han colocado unas mesas sueltas, dedicadas a la carne y tocino. No existe, al parecer, más preocupación que la de hacer del mercado una fuente de saneados ingresos municipales. Para mayor comodidad y utilidad del Ayuntamiento, se saca a pública subasta el cobro de los arbitrios. En el año económico de 1879.1880 se rematan estos en 10.205 pesetas. Pe los aspirantes a arrendadores aprendían pronto: no acceder a la primera subasta, esperando a la segunda convocatoria, en la que el tipo de licitación legal debería ser un 10% más bajo. Siempre quedaba desierta la primera convocatoria para licitar en la segunda.
Otro grave tropiezo en la gestión municipal ocurría en 1885, cuando Aranjuez es invadido por la horrible epidemia de Cólera morbo. Se cree que murieron más personas que las que había registrado el Juzgado, dada la confusión de estos trágicos días. Se decía que habían sido más de mil los fallecidos. La pobreza, y aún la miseria se hicieron ostensibles en gran parte de la población. Desde la posguerra de 1814 no se había conocido una población tan escasa de recursos. Los ayuntamientos venideros se encontrarán en pésimas condiciones para plantearse la construcción del mercado. Será un último y largo plazo en blanco.
Desde más de cien años a esta parte, gobernadores y alcaldes, cada uno según sus medios disponibles, y de acuerdo con sus propias circunstancias, había reconocido la necesidad del equipamiento de un mercado público de fábrica, limpio, ordenado, con espacios suficientes y en las mejores condiciones de sanidad, limpieza, aseo y luz. Muchos de ellos, sobre todos los últimos alcaldes, trabajaron para conseguirlo. La ilusión de disfrutar de un edificio techado obedecía a la necesidad de que estuviera protegido de cualquier variación climática, heladas, calores, lluvias, etc., para que además no afectase a su actividad comercial y que no incidiese en la calidad y salubridad de los géneros a expender. Es a partir de 1890 cuando estos deseos empezarán a convertirse en una realidad tangible.
Tres alcaldes van a construir el Mercado de abastos. El primero Joaquín Gullón López, retomara la primitiva idea, formará los primeros presupuestos, ordenará el trazado del proyecto y estudiará las formas de subvención y pago de las obras. El segundo, Silverio Huertas Soler, resolverá las dificultades financieras e iniciará y llegará a consumir la mayor parte de los trabajos de edificación. Por último, Rafal Almazán García, tendrá la satisfacción de culminarlas e inaugurará el flamante edificio del Mercado Público de abastos de Aranjuez. También deberá apechugar con el enojoso compromiso de liquidar las deudas contraídas por sus antecesores.
La especial dificultad para la construcción de la plaza era, siempre lo había sido, la falta de recursos económicos. Los ingresos que en la actualidad recaudaba el ayuntamiento, aunque arrojaban un saldo positivo con respecto a los gastos, no hubieran podido cubrir los presupuestos previstos para la construcción del Mercado.
El primer presupuesto que se formaba para la edificación del Mercado se elevaba a 180.000 pesetas. Una vez construido, los gastos totales pudieron llegar a 300.000, cantidad difícil de cuantificar exactamente por los numerosos pagos, muchos de ellos minúsculos, que se tuvieron que efectuar durante los siguientes años. Este costo final equivalente al 236% del presupuesto de 1889-90. Cuanto más se comparan estas cifras, más crece la administración hacia aquellas Corporaciones locales que, sin ninguna ayuda oficial ni externa a Aranjuez, iban a acometer una empresa, el sueño de muchos predecesores suyos. Los arancetanos debemos mostrarnos satisfechos de aquellos hombres que, aparte sus ideas políticas e incluido algún que otro grave error, fueron capaces de dotar a nuestra villa de este tan necesario servicio público.