En diciembre de 1892 ya se habían cubierto todas las obligaciones. La demanda había superado con creces el número de 400 de que constaba la emisión de obligaciones. Hubo bastantes vecinos sin poder lograr alguna.
Lista final de vecinos suscriptores del empréstito,para la construcción del Mercado de abastos:
José Montoya Maya, 117 oblig.; Nicanor Rodríguez Arenas, 100 oblig.; Ventura Sánchez Ríos, 40 oblig.; José Pérez González, 30 oblig.; Santiago Peña García, 25 oblig.; Joaquín Gullón López, 20 oblig.; Tomas de Mata y Galván, 20 oblig.; José Díez y Bernardo, 11 oblig.; Luciano Rodríguez Águila, 11 oblig.; Dionisio Ruiz Hernández, 8 oblig.; Mariano Sánchez Camarero, 6 oblig.; Sinforiano Lorenzo Hernández, 6 oblig.; José Cruz y García, 6 oblig.;
Ahora se dispone de una liquidez de 120.000 pesetas. Se toman acuerdos con suma rapidez Sánchez Sedeño es nombrado “Director facultativo de Obras”. Se celebra otra subasta, la tercera, el día 3 de febrero de 1893 para la adjudicación de las obras. Asombra a todos que esta vez también se quede sin licitadores. Los constructores seguían resistiéndose. Creían que el ayuntamiento aún no ofrecía garantías suficientes. Sin embargo, a nivel municipal se están cubriendo los últimos trámites para comenzar los trabajos. Gran parte del espacio donde se levantará el mercado ya ha sido vaciado de cajones, que han sido trasladados a una ubicación provisional. Han sido 31 cajones grandes y 21 pequeños los que se han mudado. Los “malolientes” ya no contaban.
Entre los propietarios de los cajones, había, al parecer, ciertas categorías en función de la calidad de los materiales de que estaban construidos y de los géneros puestos en venta. Entre los principales sobresalían “la Eustaquia”, Barbilla, Silverio, “la Peralta” y “el Curro”. Al levantar las barracas de su sitio y remover la tierra donde se asentaban para poner los cimientos de las obras, aparecieron muchas monedas con las efigies de varios reyes, desde Fernando VI para acá, lo que demostraba la antigüedad del Mercado y de los propios cajones. Los chiquillos se introducían en las obras en busca de “tesoros”.
El destino que se dio posteriormente a las barracas tras ser desmontadas, fue muy variado. Las más viejas se destinaban para leña. Otras, más nuevas, a casetas de labor en las huertas. Y otras varias se dedicaron a otra ocupación que, quizá, era el origen de una modalidad industrial en Aranjuez, como merenderos y puestos de venta de vino en las carreteras y caminos a la entrada de la población para atender a los trajinantes que llegaban o a los jornaleros que salían al campo a trabajar y, los domingos, a los que quisieran pasar un día entre las frondas de las hermosas calles arboladas ribereñas. Una se colocó en el Puente de Hierro y otra en el de la Reina. La familia conocida por “los Ranas” puso una en la calle de Toledo, al lado de una azucarera y otra al borde del Puente de Barcas. Probablemente, para distinguir una de otra, siendo así más fácil su localización, se acabaría denominando a esta última como “El Rana Verde”, origen de uno de los más afamados restaurantes de Aranjuez.
A la semana siguiente, 10 de febrero, se vuelve a convocar una nueva subasta de las obras. Será la última y definitiva. En Madrid había quedado otra vez a falta de licitadores, pero en Aranjuez se presentaron cuatro contratistas. El que ofrecía mejores condiciones era don José Álvarez López, vecino del Sitio. Presentaba la mejor postura. Debía depositar 17.618 pesetas, el 10% del presupuesto, en concepto de fianza. La escritura del contrato se firmaba ante el notario don Lorenzo Barrero García, también vecino. La obra debía terminarse en un plazo de ocho meses.
Sin esperar más, al día siguiente se replantean las obras dándose, por fin, al inicio de éstas. Al acto asistirían todas las autoridades locales y numerosos vecinos, que casi no creían lo que estaban presenciando. El sueño comenzaba a ser realidad.
De inmediato surgen toda clase de dificultades: el terreno está muy desnivelado, hay que tener cuidado con las bóvedas de los dos caces, el de Las aves y el antiguo en desuso, que discurren bajo el suelo de la plaza, atravesando la parcela; se debe trasladar la fuente de agua potable que se halla en el centro del perímetro del mercado, dar salida a las aguas sucias y pluviales; la cantera de Colmenar que no suministra la piedra necesaria….
El contratista Álvarez percibe que estas contrariedades le harán retrasar las obras, por lo que pide un aplazamiento para su terminación y entrega. Las dificultades le obligan a viajar continuamente a Madrid, para consultar con el director Sedeño. No se acepta su petición: las obras deben estar terminadas para la fecha fijada en el contrato. Esta negativa obedecía principalmente a dos razones: la ansiedad por ver definitivamente acabado el edificio y, también, razones muy humanas. Huertas y su corporación querían verlas finalizadas antes de que se cumpliesen sus respectivos mandatos en el Ayuntamiento. Concluido el año, las obras no se habían consumado y el alcalde Huertas cesaba. Se realizaba al tiempo el primer sorteo para amortizar el primer tercio de las obligaciones. Los suscriptores agraciados recibirían inmediatamente el valor acumulado en ellas. Aun había dinero fresco.