Se confecciona un “Reglamento de régimen interno del Mercado Público”, como si hubiera un afán por hacer todo más perfecto y reglamentado, porque el 28 de noviembre también se había aprobado un “Reglamento de la Sanidad de la Prostitución”. El 30 de diciembre, a las doce de la mañana, se procede a la inauguración oficial. Todo el vecindario está presente cuando el edificio es bendecido. Es día de gran fiesta. Pocos de los invitados oficiales venidos de Madrid podrían presumir de haber ayudado al pueblo de Aranjuez en la erección de tan necesario edifico. Su presencia hacía presumir que no querían perder la ocasión de aparecer en las reseñas periodísticas. El alcalde Almazán, y con él los concejales y demás autoridades locales, resplandecían de gozo, sin poder olvidar los otros problemas que acuciaban a Aranjuez.
La construcción del Mercado Público de Abastos, en las condiciones tan precarias en que se desenvolvió todo su proceso, hubiera parecido, de no haber llegado a buen término, un proyecto de locos, de personas imprudentes, irreflexivas. Mas, si aquellos alcaldes se hubieran dejado llevar por la sensatez y mesura al uso, que este caso hubiera sido sinónimo de inmovilismo, el Mercado no hubiera sido una realidad. El tesón y la perseverancia, la fe en sus fuerzas y en los vecinos les hizo vencer todas las dificultades que se les fueron presentando. Los políticos deben ser pragmáticos, pero si no les impulsa una ilusión, si no llevan en su interior un motor que les anime constantemente en busca del bien de sus conciudadanos, muy poco podrán hacer. El fatalismo conduce a la rutina, y ésta a la autodestrucción. En definitiva, en este caso, el personaje que había costeado la construcción del Mercado era el pueblo de Aranjuez, al que lógicamente deberían llegar los beneficios generados con su propio esfuerzo. Los alcaldes habían jugado fuerte, y esta vez triunfaron. Nuestro mejor recuerdo a esta decisión y constancia.
REPERCUSIONES ECONÓMICAS
En el día 31, el siguiente al de la inauguración, se celebraba el sorteo para amortizar el segundo tercio de las obligaciones del empréstito”. Para liquidar el tercer y último tercio, que vencía el 1 de enero de 1896, hubo que hacer aplazamientos. En noviembre de este año se acordaba efectuar el pago del 50% de esta deuda. Los propietarios de este último tercio de obligaciones reclamaban el pago, además, del 4% de interés estipulado, incluido el tiempo de la demora en el abono de esa deuda.
Otras medidas que se tomaron inmediatamente después de la inauguración del Mercado fueron hacer un proyecto para colocar las aceras del Mercado, y el arreglo de las fuentes de la plaza, “con el fin de evitar la humedad que producen” y “habilitar las nave del Mercado que da a la carretera para el oreo de las carnes, y cuantos servicios puedan habilitarse en la misma”. Y de la parte que quedaba libre de edificación, que seguiría llamándose Plaza de la Constitución, a finales de enero de 1895 ya se habían levantado todos los cajones que habían quedado en ella y se hacían las obras necesarias para su arreglo. “Se hará la explanación y se plantaran abúnibus”.
En el interior del Mercado, en su lado oeste, se instaló una oficina para la recaudación de los impuestos de Plaza, y otra llamada “Cuarto de romana”. El encargado de esta última, el “romanero”, tenía por misión controlar los aparatos para medir y de pesar de los puestos, y atender a las reclamaciones por posibles fraudes, mediante el “repeso” correspondiente.
Los sistemas de medir y pesar eran muy complejos. El 19 de julio de 1849 se había establecido por ley el llamado “Sistema Métrico Decimal”, que teóricamente no empezó a aplicarse hasta el 1 de julio de 1880. Sin embargo, en Aranjuez, como en toda España, este cambio se realizará con mucha lentitud. Las antiguas medidas, las pesas, los recipientes, todo lo relacionado con el sistema antiguo, seguía usándose. La mentalidad colectiva de las gentes era reacia al cambio. Los hábitos, las costumbres, no se podían transformar con facilidad. En la época en que se inauguraba el Mercado de Aranjuez, y aun muchos años después, se seguiría comerciando de una forma muy ambigua: se despacharía una vara de tela. Midiendo con metro, el chocolate se expende por libras y onzas, los vaqueros seguían contando sus cantaras y vendiendo por azumbres…
Perdurarían tanto en Aranjuez estas viejas medidas, que algunas de ellas han llegado a nuestro tiempo: arrobas, libras, onzas, fanegas… En pueblos retirados todavía tienen una validez práctica.