el 17 de junio de 1873, cuando concluyeron las gestiones para su cesión al ayuntamiento y siguiente transformación en cinco escuelas públicas elementales, dos de niños, dos de niñas y una de párvulos.
Las obras comenzaron inmediatamente, con el fin de convertir los salones de la planta baja en aulas para las cinco escuelas, con su propio y fuente artificial, las habitaciones de la alta para los profesores y un local en excelente biblioteca, invirtiéndose unos siete mil duros e inaugurándose “con grande aparato”, el 1 de enero de 1874, las que serían consideradas “magnificas” escuelas como pocas en España, con lo que se daba así satisfacción a un antiguo anhelo de los habitantes.
Debió ser en este momento cuando el edificio sufrió la profunda reforma de su concepción estructural y funcional primitiva, de tal modo que se añadió una línea de pies derechos paralelos a la fachada, seguramente para el refuerzo del forjado ante la sobrecarga del nuevo uso, siendo de fundición los inferiores y de madera las superiores, sin coincidencia vertical y con importantes excentricidades de éstos con respecto a aquellos. EL acceso de carruajes se convertiría en ventana, el gran hueco adintelado que unía a aquél con el patio se tabicaría y, en general, se alteraría la disposición de particiones y vanos.
Así se ha mantenido la antigua Casa del Gobernador hasta que, coincidiendo con su transferencia por parte de Patrimonio Nacional al Patrimonio del Estado el 30 de julio de 1986 y de este al Ayuntamiento de Aranjuez, perdió su función educativa.
Hallándose parcialmente abandonado y en progresiva ruina, fue catalogado en 1996 con protección tipológica grado 1, con la propuesta de rehabilitación y recuperación del patio, que se hallaba ocupado por construcciones auxiliares, y su destino a usos institucionales.
Se logró de este modo alcanzar un acuerdo tripartito en 1998 y entre su propiedad municipal, la Comunidad de Madrid y la Universidad Complutense para rehabilitarlo y adaptarlo a Centro de Estudios Superiores de Traducción e Interpretación con el nombre de Felipe II.
El proyecto fue encomendado a los arquitectos Nieves Montero y Ricardo López de Rego el mismo 1998, iniciándose las obras bajo la dirección de la primera el 22 de enero del siguiente y concluyéndose el 6 de octubre, con un presupuesto de 364.613.868 pts.
En él se contempló la recuperación portante de los muros de carga, recalzando y rehaciendo donde fue preciso, con el fin de devolver el sistema estructural primitivo. Se procedió a la apertura de los huecos cegados del patio y la manifestación al interior del adintelado intermedio y del arco de fachada, como testimonio del desaparecido zaguán de carruajes, y se desmonto completamente la cubierta, reconstruyéndola para permitir el uso de la planta, sin alterar la envolvente y su aspecto. En fachada se creó un zócalo con revoco, se realizaron las guarniciones y se recuperó el alero de madera como remate.
También se rehabilitó el espacio abovedado del semisótano, destinada a sala de investigación y se conservaron en planta baja las entradas de los frentes menores, dando mayor importancia a la de Almíbar, junto a la cual se sitúa la recepción, administración, dirección y sala de juntas. No obstante, ambas recuperaron los zaguanes, los cuales introducen en una zona general de distribución, donde se hallan un ascensor y sus extremos las escaleras, con el mismo trazado, pero nuevamente construidas por su mal estado, con un acabado diferente, en mármol.
El patio, una vez eliminadas las construcciones levantadas a lo largo de su historia y que mermaban su superficie, se adecuó para sala multifuncional, cubierto con una estructura de vidrio y acero, y toldos para paliar la excesiva radiación solar, mientras que el bajo cubierta, al que se accede desde la planta inferior por sendas escaleras de un tramo, se habilitó para área de profesores, zonas de trabajo y consulta, así como de descanso.
Es, sin duda, una intervención encomiable en cuanto tiene de respeto y recuperación del esquema funcional vilanovino, adaptándolo al nuevo uso e introduciendo elementos y materiales claramente actuales. Quizás aquí es donde reside lo más cuestionable de la actuación, que hubiera podido recuperar en algunos espacios el perdido ambiente del siglo XVIII, mediante alturas de techos o acabados, y dentro de estos en especial en las escaleras, cuya construcción, aún cuando, hay que insistir, mantiene trazado y emplazamiento, se ve mermada al prescindir de la madera que el propio juan de Villanueva había determinado