En la nueva estación, y en concreto respecto al edificio que hoy conocemos como el de viajeros, es obligado el referente a la de Toledo, firmada en 1916 por Narciso Clavería, con la que comparte evidentes similitudes tipológicas, observadas igualmente, aunque a menor escala, en la estación de Algodor, del mismo autor, y que remiten a una rectangular y alargada, nave articulada por un cuerpo axial dominante, que sirve de vestíbulo y recepción de viajeros a doble altura, caracterizado por una luminosa especialidad, la riqueza ornamental y la lógica tectónica del neomudéjar, reiterando el copioso y manierista léxico del modelo toledano: arcos curvos, vidrieras, mosaicos y artesonado. Dos volúmenes laterales más bajos se adosan linealmente a ambos flancos de dicho cuerpo central y se rematan en sus bordes extremos por dos pabellones de aparente disposición transversal al eje longitudinal al invertir el sentido de los faldones de cubierta, para, reinterpretando el ejemplo de Toledo, reproducir también en sus hastíales, perforados por óculos, el discurso de los pináculos en ménsulas y escalonados según la pendiente de las aguas.
Una desarrollada marquesina se adosa a la fachada interior a las vías, protegiendo el andén bajo una tipología estructural de doble faldón invertido, con ménsula sobre la franja del borde vial y apoyo sobre secuencia longitudinal de columnas, mediante “formas” metálicas al modo de las otras dos marquesinas sobre los andenes interiores, repitiendo la solución común al resto de las estaciones integradas en la red del ferrocarril del término municipal de Aranjuez.
La fachada posterior y de acceso se erige como frente principal en brillante y desinhibido discurso neomudéjar. Libre de los vínculos de adjetivación industrial de la fachada a las vías, exhibe una planta alta en ladrillo visto con entrepaños pétreos, recercados entre impostados de ladrillo sobre elegante piso inferior concebido como un gran zócalo de piedra (los gruesos muros se conformaban con ladrillo y se chapaban con sillería del mismo espesor que el muro). El cuerpo central superior se remata con hastial alojando un gran reloj y tres complejos huecos culminados en arcos de medio punto, grácil filigrana de parteluces y sucesión alternativa de claves huecas y macizas que aportan luminosidad y amplitud al bello ámbito espacial del gran vestíbulo interior. Asimismo, sendos hastíales en los bordes laterales reproducen de nuevo, como sus opuestos, el modelo toledano. Los frentes laterales que limitan sendos pabellones de borde prolongan el discurso formal y tectónico neomudéjar, destacando el profuso desarrollo y cuidado detalle en la ejecución de la finísima cornisa de hiladas de ladrillo sobre dentículos escalonados que producen una rica secuencia de luces y sombras, de llenos y vacíos. Uno de los bordes altera la continuidad del conjunto intercalando un porche a modo de gran zaguán en donde se aúnan las referencias arquitectónicas romántico-históricas de raíz neomudéjar con el lenguaje tecnológico-industrial de columnas y formas metálicas.
El resto de las edificaciones complementarias se traduce en pabellones autónomos que, como la nave guarda-agujas, exponen una vez más los paradigmas consagrados de las arquitecturas ferroviarias neomudéjares, verdaderos prototipos de la Compañía MZA que muestran, en singular sincretismo, la referida dialéctica entre las