junto a la carretera de Andalucía, que heredó también su nombre por lo que aquélla fue bautizada como plaza de Caballerizas de la Reina, y luego del Rey al terminarse su remodelación. El edificio recuperó así su uso original “destinándose gran parte, durante las jornadas, para alojamiento de la servidumbre de los Reyes”, según la relación de López y Malta de 1868, aunque también acogía de modo permanente “las oficinas y dependencias de la Real Yeguada”. Pero, tras la Revolución Gloriosa que derrocó a Isabel II ese mismo año, perdió su utilidad, y aunque quedó exento de la primera desamortización de los bienes de la Corona decretada por la ley de 18 de diciembre de 1869, sí salió a la venta tras la abdicación de Amadeo de Saboya en 1873, aunque no puso ser enajenado tras ser “subastado dos veces sin postores”, quedando adscrito a la Administración de Propiedades hasta la Restauración de Alfonso XII en 1875. Volvió entonces a manos del Real Patrimonio, siendo agregado “provisionalmente para el servicio del Monarca”, aunque según Simón Viñas se encontraba en un estado lamentable, pues habiendo sido “ocupadas este pasado tiempo la mayor parte de sus habitaciones por vecino que se instalaron voluntariamente, en agradecimiento y por pago de alquileres no han dejado al salir un cristal sano”.
Sin embargo, la decadencia del sistema de Jornadas pronto dejó obsoleto su destino original, por lo que el año 1889 fue cedido por la reina viuda María Cristina de Hagsburgo para que se instalase en el mismo “el Colegio para huérfanos y huérfanas del arma de Infantería”, segregando además la “augusta Señora la mitad de la plaza de Abastos” –que todavía conservaba la fuente de los defines, que surtía a “la mayor parte de la población”, aunque había permitido sus “verjas de madera” hacía más de veinte años- “para dependencias del mismo colegio” y jardín, mientras que el pueblo constituyó “con 60.000 pesetas para las obras” de rehabilitación; que se inauguraron el 29 de enero de 1886 con la presencia de la propia María Cristina, como consta por un pleno del 16 de diciembre del año anterior donde se especifican “las habitaciones en que ha de permanecer S.M. la Reina Regente el día de la inauguración.
Este “Colegio de Huérfanas del Arma de Infantería” había sido establecido ya en 1871 en el Hospital de la Santa Cruz de Toledo por el marqués de Mendigorria, Director General de dicha Arma, pero ante la falta de condiciones del venerable edificio renacentista –que amenazaba ruina-, su sucesor el marqués de Estella, solicitó a la reina la cesión de las Cocheras de la Reina Madre de Aranjuez, que había caído en desuso; recogiendo así la herencia del desaparecido Colegio de la Unión establecido en 1834 por la reina María Cristina de Borbón para acoger a las huérfanas de los militares caídos durante la Primera Guerra Carlista, que ocupó la Casa de Infantes hasta que en 1859 tuvo que trasladarse a dos edificios unidos en las calles del Príncipe y Montesinos.
Sólo tres años más tarde, en 1890, el nuevo colegio, que constaba “con espaciosos dormitorios, hermosas clases y otras dependencias”, ya albergaba unos 400 huérfanos –“entre niños y niñas”- atendidos por hermanas del Corazón de Jesús y un capellán, que se ocupaban también de su educación, estando “incorporada a San Isidro” la segunda enseñanza; aunque pocos años más tarde –según relata la Guía anónima de 1902- se destinó “sólo a las niñas”. La misma Guía lamenta la reciente destrucción de la fuente de los delfines “que, aunque de muy mal gusto, era artista al fin” y fue “reemplazada por fuentes pequeñas, raquíticas e insuficientes para las necesidades del vecindario”.
Pocos cambios sufrió el edificio el edificio en los años siguientes –excluidos los derivados de los avatares del periodo- hasta que en 1496 fue cedido por el Patrimonio al Ministerio del Ejercito, que lo mantuvo con el uso asignado hasta 1972, cuando el Colegio cerró sus puertas para ser subastado –con la media plaza anexa- dos años más tarde. Pasó entonces a manos de la empresa URBARAN, S.A. por 35.000.000 ptas; aunque ante las dificultades que imponían sus características para darle un uso