cerrajería de la planta superior. Esta reedificación, como todas las que se hicieron en Aranjuez en aquella época tuvo un carácter más bien modesto a causa de la penuria de medios económicos y no alcanzó a restituir el mayor esplendor del edificio original.
Durante la segunda mitad del siglo XIX el edificio se destinó para oficinas y dependencias de la Real Yeguada y alojamiento de la servidumbre durante las “jornadas reales”, sufriendo alguna pequeña adaptación.
La última intervención global en el edificio se debió a la Reina Regente María Cristina que ordenó habilitarlo en 1886 como Colegio de Huérfanas, Esta intervención consistió, además de adecuarlo funcionalmente en sus distribuciones interiores, en una consolidación general (figs. 9 y 10).
La cubierta defectuosa y mal atirantada fue reforzada con nuevos tirantes. Los forjados de madera que cubrían la luz total de la crujía (11,66m) y que presumiblemente habría flechado, fueron apeados con dobles cadenas de vigas de madera en la planta baja y simples en la planta alta, apeadas mediante pilares de fundición que sustituyeron a los primitivos de madera. Los techos del piso alto se bajaron con falsos techos de cañizo y yeso, así como los huecos de fachada que redujeron la altura de sus dinteles y en algún caso se cegaron parcialmente, como los que daban al patio próximo a la calle del Capitán para poder habilitar sus alas como dormitorios colectivos (fig. 11).
Para completar esta pequeña historia de las intervenciones habría que reseñar las sucesivas reformas llevadas a cabo por la congregación religiosa responsable de la tutela del Colegio y que podríamos resumir en la dotación de instalaciones sanitarias, calefacción, depósitos, cocinas, etc., y en la compartimentación sucesiva de dependencias, con la introducción de numerosas entreplantas, escaleras y habitáculos, hasta convertir un edificio diáfano y regular en un auténtico laberinto.
Por último y entre el periodo que medió desde la desaparición del Colegio de Huérfanas hasta la compra del mismo por la Comunidad de Madrid, el edificio fue literalmente desguazado de sus materiales más nobles como tarimas, forjas, mármoles, cerámicas, azulejos, etc.
Normalmente cuando uno se enfrenta a la rehabilitación de un edificio histórico no se encuentra con un objeto intacto e inalterado. Los avatares de las sucesivas intervenciones van dejando huellas perceptibles y borrando algunos rasgos originales. Entender el edificio como el resultado de esas intervenciones, valorando tanto lo positivo como lo negativo de las mismas, desde la propia lógica del edificio, es una premisa necesaria para acometer cualquier proyecto de rehabilitación.
En el caso que nos ocupa, valoramos como aportaciones positivas la reedificación de Isidro González Velázquez y la consolidación general previa a su conversión en Colegio de Huérfanas. No así la adecuación funcional para el propio Colegio ni las sucesivas reformas que fueron desvirtuando la lógica compositiva y distributiva del edificio.
Esta valoración se traduce a la hora de afrontar la rehabilitación en una actitud respetuosa en la clarificación y jerarquización de los elementos que configuran el edificio: muros de carga, muros de atado, forjados, cubiertas y fachadas urbanas.
A partir de ahí y entendiendo que la vida del edificio continúa, se plantea una nueva intervención, que respetando íntegramente sus valores tipológicos y urbanos, lo dote de un nuevo carácter más acorde con el uso que va a tener y con su nuevo papel urbano. Los nuevos elementos que se introducen para esa caracterización, el cuerpo central, las escaleras y los elementos de sustentación puntuales, se distancian formal y constructivamente de los anteriores sin que puedan establecerse equívocos entre la rehabilitación propiamente dicha y la nueva intervención.