colgaduras de terciopelo azul , que descorren dos ángeles descubriendo el Parnaso” –como mítica residencia de las musas, pero también en alusión al monte homónimo de Aranjuez-, “que se ve en lontananza a al pie los atributos de las artes”-, encargándose el mismo escenógrafo de pintar dos nuevas decoraciones. “Finalmente, un elegante salón se puso en 1864, trabajado por hábiles pintores del Teatro Real”, aunque sólo cuatro años después ya parecía necesario retocar su “adorno y dorados”, “bastante deteriorados, y colocar una buena lucerna”, puesto que la existente, aunque no carente “de importancia”, pertenecía al empresario.
Estos datos se complementan con una cuidadosa descripción, donde se nos informa de que su interior, “notable por lo deshogado y cómodo de las localidades”, “se componía al principio de dos balcones con trece palcos cada uno, demasiado capaces, especie de anfiteatro con dos filas de asientos” –los “cubillos” citados- “y más bajo, detrás del sitio destinado a la orquesta, dos departamentos para lunetas, con otros dos departamentos para lunetas, con otros dos denominados la tertulia sobre los palcos principales, colocándose en estas plazas sobre seiscientos espectadores”; mientras que “su espacioso escenario (…) termina con un foro bastante capaz, y grandes talleres y almacenes que se hicieron para pintar y depositar las decoraciones con que se le dotó”, que eran “considerables”, pues el teatro contaba con “un escenario capaz” para “catorce telones, con la circunstancia de subir todos, incluso el telón de boca, sin doblarse”. En cuanto a la decoración, “la embocadura conserva su primitivo adorno, compuesto de los atributos de la comedia con dos grandes escudos en la parte superior a los que cubre una gran corona”, debiendo señalarse que el frontón de la fachada presentaba en su centro, “bien pintado con las armas Reales”.
Podemos hacernos una idea de esta distribución del edificio gracias al plano levantado por la Junta General de Estadística hacia 1865 –al que José Luis Sancho añade otro anónimo del Archivo General del Patrimonio realizado hacia 1860, que podría atribuirse al arquitecto Domingo Gómez de la Fuente, autor por esos años de un plano similar del convento de San Pascual-, donde se aprecia el gran vestíbulo de entrada con las cinco puertas, que se reducen a tres en un espacio intermedio de paso, que permite adaptar a la traza ortogonal de aquél a la silueta redondeada de la sala y que acoge locales de servicio como las taquillas y las escaleras, antes de desembocar en el pasillo anular que da acceso a los pacos que rodean la sala.
Tras la Revolución Gloriosa de 1868 que derrocó a Isabel II, siguiendo las apresuradas ventas decretadas por la ley de 18 de diciembre de 1869 que declaro “desamortizables en Aranjuez todas las fincas rústicas urbanas que formaban el Real Patrimonio”, quedó el Teatro en manos de la Administración de Propiedades, pues aunque fue vendido en subasta volvió a ser recuperado “por falta de cumplimiento en los compradores”, según nos informa Simon Viñas, pero aunque nunca dejo de arrendarse, se había “descuidado su