El I.N.C. cobraba los bueyes y vacas de labor con las crías de éstas, después de dos años de crianza por parte de los tutelas. Si la cría era macho (choto) el Instituto lo entregaba a otro colono, si por lo contrario era hembra (chota), el propio veterinario del organismo se la llevaba para vender. Aportó también un par de bueyes para uso discrecional de los parceleros. Su cuidado y entrenamiento lo pusieron en manos de un “Mayoral Boyero” que era experto en conducir a estos animales. Pero rápidamente los sustituyeron por seis mulas que los tutelas podían usar para el trabajo en los campos.
Transformación del caserío para distribuir a los colonos
La modificación y recuperación del caserío comenzó con el mantenimiento del ala derecho. En las cuadras de mampostería instalaron a doce familias de manera provisional, con dos habitaciones para cada una, mientras terminaban de construir las viviendas definitivas. Al Cortijo también arribaron familias que “habían ido hacer las Américas” para traer dinero y poder comprar un terreno. Se dieron casos de individuos que habían perdido sus casas por las crecidas en los pantanos, y conl as indemnizaciones pudieron adquirir una propiedad.
Fueron años muy difíciles. Las señoras Yaguas y Santiago cuentan que fue un periodo difícil: “Solamente nos preocupábamos en poder trabajar en los campos para pagar el lote. Teníamos que poner cortinas para hacer estancias diferentes en la misma habitación, donde dormíamos toda la familia. No nos quedaba tiempo para preocuparnos de la vida de los demás, aunque en momentos críticos, como enfermedades y partos, todos nos ayudábamos”.
Aunque disponían de veinte años para pagar las propiedades, muchos de los parceleros carecían de recursos y tuvieron que trabajar muy duro para generar los ciclos productivos de las tierras. Quienes más se esforzaron fueron los “tutelas”, debiendo el I.N.C. programarles qué cultivar y cuáles semillas o abonos emplear, a cambio de un porcentaje de la cosecha. Al principio obtuvieron ingresos provenientes de los cultivos de huerta (o “frutos verdes”, como solían llamarlos), los cuales se idearon de manera que en cualquier época del año hubiera una cosecha que recoger. Se sembraba una parte de coles de Bruselas para recolectar en invierno; fresa, fresón y espárragos para la primavera. Patatas, pimientos, tomates, para el verano y para el otoño se recogía calabacines y judías verdes, que se sembraban sobre el rastrojo del cereal. A pesar de estas previsiones, este sistema duro cuatro o cinco años como consecuencia de los fraudes cometidos por algunos parceleros al no poder sustentar a sus familias con lo poco que les quedaba después de pagar al I.N.C.
Las reglas de convivencia también fueron estrictas y muchos peticionarios decidieron abandonar el poblado al flaquear ante tanta presión. Los años fueron pasando y los colonos que se quedaron supieron adaptarse a las leyes del I.N.C., el cual pasó a llamarse IRYDA (Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario). Así se consolidó el Real Cortijo, con familias de pioneros trabajadores y luchadores.
En las tareas agrícolas participaba toda la familia para hacer frente a las obligaciones de pagos y mantenimiento de instrumentos de labranza, ahorrando así en personal contratado. Los hombres solían encargarse de las tareas que requerían mayor esfuerzo en la madrugada se levaban los animales y aperos de labranza a la parcela, y también el carro si era necesario. Allí ejecutaban las labores de arada, de azada y de riegos. También acarreaban sacos y envases pesados. Sobre la una de la tarde volvían al pueblo para comer. Si no había cosecha que recoger, descansaban después del almuerzo y volvían a la parcela acompañados por sus mujeres, quienes se ocupaban de escardar, cuidar de las plantas y, a veces, ayudar en el riego. Durante la época de recogida, las mujeres y sus hijos –en horario extraescolar- clasificaban los frutos de la huerta y los colocaban con delicadeza, por que sabían que el precio dependía en gran parte de cómo estuviesen presentados.
La finca del cortijo tenía 111 lotes de tierras de secano en el Término Municipal de Colmenar de Oreja, con una superficie de 1.236 hectáreas en la zona de Escohonares, llamados Cobonares y Valdeguerra. Estos terrenos de secano suelen ser muy arenosos y estar repletos de guijarros, dificultando el arado, pero son idóneas para vides y olivos. Años más tarde, el I.N.C. le otorgó el carácter de Entidad Local Menor, y estos campos se anexionaron al Término Municipal de Aranjuez, donde se encontraban el poblado y las tierras de regadío, pues la ley no permitía que el ámbito territorial de una Entidad Local Menor perteneciera a dos pueblos.
El Alcalde de Colmenar de Oreja recurrió esta decisión a la Audiencia Provincial. El expediente estuvo paralizado durante años. Se reclamó en varias ocasiones (24 de noviembre de 1961, 17 de noviembre de 1981). Después de 35 años, en 1992, el Tribunal Supremo otorgó la razón al Ayuntamiento de Colmenar de Oreja. De esta forma, el ámbito Territorial de la E.L.M. quedó limitado a las tierras de regadío.
PROYECTO DEFINITIVO URBANÍSTICO PARA EL CASERÍO
De acuerdo con el Plan General de Adaptación, el I.N.C. convocó un concurso de proyectos para urbanizar el Real Cortijo, en el cual fue elegido el propuesto por el arquitecto Manuel Jiménez Varea, quien diseñó un núcleo de arquitectura pentagonal, conservando el perímetro y el estilo neoclásico del caserío. Todo este conjunto formaba un pueblo compuesto por iglesia con su casa parroquial; casa grande o residencia para los ingenieros del I.N.C.; casa botiquín; casa consistorial o ayuntamiento; hogar de chicos y hogar de chicas; barbería; cantina o bar; tienda de comestibles; tahona; escuelas de niñas y niños, con sus respectivas viviendas adosadas; 11 viviendas pareadas; deposito de agua, elevado en forma de torre cilíndrica de 3 alturas; transformador de luz; zona deportiva; zona de servicios, con aljibes; y todo el conjunto rodeado de zonas verdes.
Se añadió una era fuera del casco antiguo para las mieses, con viviendas para los guardas y con huertos. Se construyeron naves avícolas para la crianza de pollos y gallinas ponedoras. Un campo santo o cementerio en tierras de secano. Eliminaron la ave de la almazara con su gran rampa, algunos respiraderos de la “cueva o bodega”, tapias que unían la ermita a las edificaciones circundantes, calles y plaza. Cerraron pozos de agua, derrumbaron pequeñas viviendas, la calle Flores y puente piquillo, entre otros.
ENTREGA DE LAS PRIMERAS VIVIENDAS
El I.N.C. seguía muy de cerca el desarrollo de la finca recién parcelada y los técnicos visitaban el pueblo que, por aquel entonces, se estaba construyendo. Los ingenieros de I.N.C., Ángel de la marina y José Luis Martínez de Velasco, mostraban a los colonos los planos de sus futuras casas. El ambiente iba cambiando, las ilusiones se iban convirtiendo en realidades, y el gran esfuerzo hecho por toda la familia se veía correspondido.
Recientemente, Francisco Villena y José Belmonte Perea me contaban con añoranza que al principio les daba pena usar la casa nueva y prácticamente vivian en la cuadra con los bueyes y las vacas, que consideraban como miembros de la familia, y hasta les ponían nombres propios. Las sacaban a beber a las fuentes públicas de las plazas, y al mismo tiempo andaban un poco, o pastaban en la pradera situada en la calle Rosales. Con el tiempo fueron sacando voluntariamente las vacas del pueblo y formaron pequeñas explotaciones familiares. Actualmente estos ganaderos han cambado de oficio, o se encuentran jubilados, por lo que se han suprimido el 98% de las vaquerías.
El I.N.C. terminó la rehabilitación del caserío, al cumplirse 191 años de la fundación de la finca. Fue clasificado como obra de interés general por O. M. de 9 de diciembre de 1950 (B.O.E. Nº 350 de 16-12-50) y ejecutada conforme al proyecto correspondiente. Entonces la vida discurría con las normas del Instituto de Colonización y más tarde con las del Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario.