Tras la expulsión de la Reina Isabel II surgió un gobierno provisional presidido por el General Serrano, Duque de la Torre. Este nuevo gobierno nombró para el Ministerio de la Guerra al General Prim por haber colaborado en el mencionado destronamiento. Este triunfo fue conseguido con ayuda de tropas militares entre las que se encontraban los regimientos de caballería Bailén y Calatrava, acuartelados en Ocaña y en Aranjuez. También se admitió la nueva Constitución progresista votada por las Cortes. Un año después, el día 5 de julio de 1869, se aprobó definitivamente la desamortización con la cual pusieron en venta parte de los bienes del Patrimonio de la Corona. Tal fue el caso del Real Cortijo de San Isidro, anunciándose su venta en el Boletín Oficial del año 1869. Por estos motivos pasó a manos privadas.
Al General Juan Prim i Prats, un soldado liberal, le adjudicaron el marquesa de Castillejos y la finca Real del Cortijo de San Isidro de Aranjuez en reconocimiento a su heroicidad en la campaña marroquí. Prim quiso hacerla rentable e ideó un proyecto para traer un ramal del ferrocarril desde Madrid, pero no le dio tiempo de realizarlo, pues murió a consecuencia de un atentado sufrió en la calle Turco. Su viuda se hizo cargo de la finca durante 16 años. Quiso levantar un gran panteón familiar en la iglesia, para que pudieran reposar los restos de su esposo. A pesar de haber conseguido los permisos, esta idea no la pudo llevar adelante.
En el año 1887 José Collado, Marques de la Laguna, compró la propiedad y restableció la bodega con tinajas nuevas e hizo caldos de uvas cultivadas por los cortijeros. El 3 de julio de 1895, el Regidor ribereño Enrique Megías Oliva nombró un alcalde de barrio “encargado y responsable de tramitar y demandar todo aquello que fuera necesario para la subsistencia, según la ley del 8 de enero de 1845, que reguló el cargo”. Se nota el interés por parte del Gobierno Municipal de Aranjuez para con los vecinos permanentes que habitaban la finca.
Comenzando el siglo XX, consta en el libro Plenario del Consistorio de Aranjuez, que el día 12 de enero de 1918 el Regidor ribereño Enrique Álvarez de Esteban nombro a D. Antonio Aguilera como responsable del Cortijo de San Isidro. Meses más tarde, el 29 de abril, Saturnino Martínez Sánchez fue nombrado Alcalde de barrio por el Alcalde Doroteo Alonso Peral, con el fin de atender las demandas de la finca.
Otros de los propietarios del Real Cortijo fue el cordobés Alfonso Porras Rubio, quien por el año 1922 compró parte de la finca y plantó muchos árboles frutales. Trajo varios empleados, entre ellos a Manolo Sánchez, el “tío Manolillo”, encargado tanto de la producción del vino, como de su venta en la propia bodega. Sobre los años 1922 y 1924, Jacinto Mazón, de Lorca, Murcia, compró parte del Real Cortijo y realizó una gran inversión en plantaciones de alcachofas, pimientos, judías verdes y frutas. Empleó a José Belmonte como experto huertano, y a Marcos Martínez Guevara, para que vigilara la finca. Debido al incremento de los gastos, Mazón tuvo que empeñar sus propiedades a cuadro bancos y como no pudo liberar la hipoteca, éstos se lo embargaron.
En 1930, el Marqués Silverio Fernández Ovies, militar retirado de Avilés, compró parte del Cortijo. Nombro a José Bolada Martínez como apoderado y administrador. Contrató a “Don Diego” y a Luis Huerta, llamado con afecto “el tomatero”, para que se encargaran de los empleados. Asimismo, designado a Manuel Belmonte como responsable de los viñedos y de los 1.500 olivos. Fernández Ovies invirtió mucho dinero en la finca, sobre todo en el lagar-bodega que lo convirtió en un grande y moderno establo, y trajo 19 expertos vaqueros asturianos que se casaron y se quedaron en el Cortijo.
El arquitecto Daniel Torrubia Laborda y su esposa Margarita Urriza compraron en 1934-35 un tercio de la finca que había sido embargada a Jacinto Mazón. Llegaron desde México con sus cuatro hijos y una cuñada. No obstante, Torrubia murió al poco tiempo y su viuda, llamada “la tía Americana”, se hizo cargo de la organización de la finca con ayuda de su hermana Rufina. Con los años, fueron vendiendo sus terrenos por partes.
El General Prim había apoyado la candidatura del nuevo Rey de España, un italiano llamado Amadeo de Saboya, Duque de Aosta, quien hizo su entrada en Madrid el 2 de enero de 1871. Cuando su cortejo pasó frente a la iglesia de Atocha, Saboya desmonto y oró ante el cadáver de Prim, quien había muerto tres días antes a causa del atentado en la calle Turco. Con la muerte del propietario del Cortijo corrieron infinidad de cantares y coplas populares sobre los misteriosos asesinos nunca descubiertos; los “Cañoncitos de la flota del Tajo” dispararon salvas de ordenanza en su honor.
Para el resto de España eran tiempos difíciles. Después del régimen monárquico de Alfonso XIII, depuesto el 4 de abril de 1931, se instalo de forma democrática la Segunda Republica. El 18 de julio de 1936 comenzó la Guerra Civil con la sublevación del General Franco. Después de casi 10 años, Silverio Fernández Ovies vendió su propiedad al I.N.C. y se marchó a Ciudad Real, llevándose consigo a varias familias.
LA VIDA COTIDIANA EN 1920
Se empezaba sobre las seis de la mañana. Toda la familia se levantaba. El hombre empezaba sus tareas del campo y del cuidado de los animales. Las mujeres cogían su cántaro de barro, o los cubos de zinc o hierro, e iban a por el agua al pozo del Jardín Grande. Después colocaban el cántaro en el portalito, así el agua se conservaba fresca, y con el agua del cubo fregaban los cacharros de la comida “con un corcho grande mojado” o estropajos de esparto, restregaban con arena blanca del río, fregaban las sartenes, perolas, cazos, hasta dejarlos “mondaos”. Algunas veces fregaban en las caceras.
El almuerzo se servía sobre la una del mediodía y consistía en cocidos de garbanzos, judías, lentejas, tocino frito y gachas de almortas, las cuales acompañadas con el pan que conseguían a través del sistema de “la maquila”, una especie de trueque. Llevaban el trigo para el “el tío valenciano” les cociera el pan en su tahona de calle Almíbar, cobrándoles un par de gavillas o porciones de harina. Para merendar, a los niños se les preparaba una “poza”, que consistía en un gran trozo de pan hueco donde se echaban aceite con pimentón dulce y sal.
Al anochecer, las mujeres se iban al “cagadero” ubicado detrás de la actual calle Flores y, escondiéndose de miradas indiscretas, realizaban sus necesidades en el suelo. Recordemos que no fue sino hasta 1928 cuando Aranjuez se instalaron los primeros evacuatorios de señoras. Algunas personas mayores cuentan que allí mismo, dentro de una gran tinaja, tiraron varias gallinas muertas y por la noche, una mujer casi se cuela al fondo intentando recogerlas. Algunos hombres escucharon los gritos y tuvieron que sacarla, sujetándola por las piernas. Fue una época de pobreza y hambruna.
Topografía del caserío
La finca sufrió distintas modificaciones que se evidencian en los planos catastrales correspondientes a los años comprendidos entre 1770 y 1946. Durante este tiempo se ampliaron las estancias para los empleados, las caballerizas, los apriscos y los corrales. Por el contrario, caserío se mantuvo cerrado en mampostería, con dos puertas de acceso. La puerta principal, llamada “de picos”, de madera color rojo, situada a la derecha de la iglesia, y adosada a la misma tres viviendas de dos habitaciones por familia, una que llamaban portalito y otra que usaban para dormir. El cerramiento seguía por la “Casa Grande”, un edificio con patio central donde estaban ubicadas las oficinas, sala de juntas para los dueños, administradores y encargados, con una pequeña vivienda para el veterinario y su consulta. También había una pequeña cueva que servía como frescura.