bóvedas de cañón que confluyen para crear las cuatro pechinas bajo la media naranja del crucero. Ésta se apoya sobre un entablamento anular, con un pequeño ático similar al anterior, dividido en ocho tramos por otros tantos pedestales desde los que arrancan los nervios que dividen en gajos la cúpula y que confluyen bajo la linterna, que repite interiormente la decoración exterior. Por último, las pequeñas sacristías que flanquean el presbiterio ofrecen como única singularidad las bóvedas en rincón de claustro que las cubren.
Según relata Álvarez de Quindós en 1804, cuando en 1770 se construyó la casa del Real Cortijo sólo contaban con un “oratorio para beneficio de la gente empleada, que se bendixo el año 1771”, y que a los pocos años y ante el impulso cobrado por las labores –que exigían el empleado de un elevado número de braceros- “era ya estrecho para el mucho concurso de gañanes, empleados, peones, y otras gentes que acudían a oír misa en él”, especialmente después de la anexión en 1777 de un segundo cortijo particular –el llamado Cortijo Viejo de la cercana Colmenar-, que al parecer contaba con su propio oratorio dedicado a San Isidro, y que se abandonó por ser la casa labrada en el Real Cortijo sobradamente capaz para lo que “ se mandó fabricar una ermita en medio de la casa y la bodega, de sólida fabrica, y una nave con su cúpula y frontispicio de orden dórico”, que a juzgar por el tondo inscrito en el frontón de la fachada –si corresponde a la fecha de construcción- en un principio se pensaría consagrar a San Marcos –el Evangelista titular de la antigua ermita de Alpajés que había sido elevada a ayuda de parroquia bajo la mucho más popular advocación de Ntra. Sra. de las Angustias-, pero que finalmente fue dedicada a “San Isidro Labrador, Patrón de Madrid” y de los agricultores; celebrándose “todos los años la conmemoración del Santo el día 15 de mayo, asistiendo el Cura y Capellanes de Alpaxes”, a pesar de que según las investigaciones efectuadas por Ortiz Córdoba en esta capilla los oficios divinos correspondían a los monjes de San Pascual, a los que “el Patrimonio debía proporcionar carruaje para su traslado y la comida por parte de los guardabosques del cuartel”.
Las obras se terminaron en 1788 –un año después de la muerte de Serrano, por lo que fueron acabadas ya bajo la dirección de Manuel Oliva-, siendo bendecidas e inauguradas el 15 de mayo, día del Santo al que se consagró; y aunque carecemos de datos concretos al respecto, es licito suponer –como afirman Sancho, Martín Olivares y Martínez-Atienza- que se siguieron trazas del arquitecto del conjunto, sin que sepamos quiénes pudieron colaborar en las mismas, ni quiénes fueron los artistas que hicieron pinturas y retablos.
A partir de entonces, el día del Santo la capilla se convirtió en el objetivo de una romería “concurridísima por lo delicioso del Cortijo” –en palabras de Madoz de 1848 que repite Nard sólo tres años después-, atrayendo gente de los pueblos circunvecinos como Villaconejos, cuyos vecinos tenían arrendados varios tranzones para cultivar sus famosos melones.
Y quizás esta costumbre hizo que el templo mantuviese su uso a pesar de los cambios de propiedad del Cortijo, que fue enajenado en la desamortización de bienes del Real Patrimonio de 1869 para pasar a las manos del general Prim y casi inmediatamente a las de su viuda, que en 1887 lo vendió a los Marqueses de la Laguna. Sin embargo estos traspasos no afectaron a la capilla, que conservo su aspecto original, descrito en 1868 por López y Malta: “el oratorio o más bien su iglesia, que une todas las dependencias por medio de las paredes de sus costados, es un bello y capaz edificio de ladrillo y cantería de una sola nave con su cúpula y serio frontispicio de orden dórico en el que salvan dos campanarios a los extremos. Su interior igualmente dórico, tiene un buen lienzo con el santo que veneran los labradores que sirve de retablo a su sencillo altar”; aunque según la crónica de Martín Pérez, en 1889 ya se hallaba “en regular estado de conservación”, sufriendo graves daños medio siglo más tarde, durante la Guerra Civil de 1936-1939, cuando perdió definitivamente su decoración interior.
Poco más tarde, en 1944, el Real Cortijo pasó a ser propiedad estatal al ser adquirido por el procedimiento de “ofrecimiento voluntario” para formar parte de un grupo de fincas singulares que dependían del Instituto Nacional de Colonización, pasando posteriormente a manos de Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA); emprendiéndose grandes obras de reforma a cargo del arquitecto Manuel Gimenez Varea, que supusieron la reurbanización del entorno de la iglesia, derribándose las tapias que unían la capilla a las edificaciones circundantes para convertirla en un edificio exento en el centro de una plaza. Asimismo se restauro la fachada y el interior, que seria transformado del orden dórico citado por López y Malta en 1868 al jónico actual; encargándose al pintor Ramón Stolz Viciano, autor de numerosos frescos religiosos del momento –desde la basílica zaragozana del Pilar a la iglesia del Espíritu Santo madrileña-, que decorase los paramentos de los testeros de los brazos de la cruz con pinturas alusivas al Santo titular, que todavía se conservan.
Conjunto del Real Cortijo de San Isidro
-Bodega y Cueva del Real Cortijo de San Isidro-
La bodega del Cortijo de San Isidro está formada por dos edificios con características muy diferentes: un cuerpo externo de 70 m. de longitud por 12 me. De anchura, destinado a bodega, y una inmensa cueva subterránea de casi medio kilómetro de longitud, que arranca del anterior y aprovecha el desnivel del terreno para desembocar en una gran portada abierta al aire libre, al sudeste del núcleo habitado.
El primero presenta cuatro fachadas de aparejo toledano que combinan el ladrillo visto con los cajones de mampostería –enfoscada y encalada-, y que se rematan por una sencilla gola perimetral a modo de cornisa corrida sobre la que descansa la cubierta a cuatro aguas de teja cerámica, contando sólo con dos anchas puertas en arco rebajado –aptas para carros- en los testeros opuestos: una protegida por un profundo porche apoyando sobre cuatro pilastras de piedra caliza de Colmenar que prolonga la cubierta, en el occidental, otra descubierta –quizás, por haber perdido el porche antiguo-, en el oriental. Al interior, el espacio se divide en tres naves longitudinales, la central de 5 m. de luz y las laterales de 2 m., separadas por catorce arcos formeros de medio punto –apoyados en pilastras prismáticas de ladrillo con capiteles de piedra colmenareña- que soportan bóvedas baídas de planta rectangular, aunque los cinco últimos tramos presentan varias diferencias –que Mercedes Álvarez García, arquitecta responsable de su reciente restauración, atribuye a una reparación decimonónica-, pues los arcos de medio punto se convierten en rebajados. Por su parte, la cubierta está formada por cerchas de madera interpuestas entre las bóvedas, que apoyan en los pilares intermedios y en los muros perimetrales.