Además, el 9 de mayo de 1774 Vicente Fornells notificó la conveniencia de sustituir el antiguo puente de madera que cruzaba el Caz Chico por otro de “fabrica, de mampostería y albañilería, con veinte pies de línea y seis de ancho o paso al agua”, cuya ejecución se aprobó el 29 de junio; en 1782 se construyó separado “un lagar en alto”, y una “magnifica bodega muy ancha y alta, con arcos sobre pilares”, de la que “se baxa a la cueva, que son ramales de bóveda de ladrillo, eludo para los vinos, con nichas en que están las tenajas (sic), y el otro para almacén de aceite”, pues “a un lado del lagar, en baxo, está la prensa y molino para la aceytuna”; y “el año de 1786 se plantaron cuarenta mil cepas más, y ascendía la plantación de todo a ciento veinte y ocho mil vides, y veinte y cinco mil olivas, repartidas en cuarteles o viñas”, y “para beneficiar las tierras de este cortijo se estableció un ato de ovejas, y quesería, y las demás partes que constituían una completa quintería, formándose una posesión grandiosa y de gusto, digna del gran Monarca que la estableció”; que causaba la admiración incluso de los viajeros extranjeros, pues el inglés Towsend, que en su viaje por España visitó el Cortijo hacia 1786, admiró los edificios de la granja, que eran “de un estilo perfecto” y estaban ejecutados “no solamente de la manera más sólida, sino con mucho gusto”; aunque en su opinión nada podía “sobrepasar en belleza a las líneas extensas de parrales cubiertos de viñas, de manera que a mediodía con el sol más violento, se encuentra allí una sombra refrescante”.
Y todavía proseguían las mejoras, pues “el oratorio que en la casa se había hecho, era ya estrecho para el mucho concurso de gañanes, empleados, peones, y otras gentes que acudían a oir misa en él”, y “con este motivo se mandó fabricar una ermita en medio de la casa y la bodega, con advocación de San Isidro Labrador”, que quedo terminada al tiempo que la cueva , en 14788, poco antes de la muerte de Carlos III; aunque por esta misma razón ya no se llegó a construir el emparrado con cenador que debía ocupar “ el corral irregular al norte de la bodega, sobre el arranque de la cueva”, que José Luis Sancho considera “uno de los proyectos delicados de este tipo de armazones, superando por la gentileza de su planta a los del Jardín Botánico y al del palacio de Liria, en Madrid”, pudiendo ser atribuido a Juan de Villanueva, aunque el diseño conservado en el Archivo de Palacio está firmado por Isidoro del Castillo, que seria quien lo dileneó acompañándolo de una memoria fechada el 12 de enero de 1789 en la que informa “al Exmo. Sr. Conde de Floridablanca, cumpliendo con lo que S. E. le encargó en el Rl. Cortijo de Aranjuez, de los pies de fierro que se necesitan para poner el cenador y calles del emparrado del jardín del mismo cortijo según actualmente demuestra de madera”. Según dicho plano, el lado recto del emparrado corría paralelo a la bodega; mientras que la calle paralela a esta pared atravesaba de parte aparte el jardín entre las dos puertas abiertas en las tapias: una al campo y otra al corral central, buscando regularizar al máximo la forma de la pérgola.
De todas formas, todavía en años sucesivos continuarían los trabajos, pues nos consta que en 1802 vivía en Aranjuez un carpintero de nombre Francisco Cazo, que era el “suministrador de puertas y ventanas de madera para las reales obras del Cortijo”, por lo que se le concedió un terreno para construir vivienda propia.
Por desgracia, aunque Álvarez de Quindós afirma que de este gran cortijo hay dos mapas iluminados en los Oficios”, apenas tenemos más planos originales que un diseño conservado en el Archivo de Palacio, sin autor ni fecha –que quizás sea un croquis del proyecto original esbozado para que su célebre plano de 1775-, donde se aprecia la ordenación del conjunto, en el que trazones se articulan a través de paseos arbolados y glorietas para enlazarse entre ellos y con su entorno. En dichos esquemas se ve que la calle del Cortijo forma el eje de una composición estrictamente simétrica con un gran patio rectangular con los ángulos meridionales achaflanados por dos construcciones equilibradas, que si bien se adapta con bastante precisión al perímetro ocupado, no coincide exactamente con lo construido, pues es probable que nunca se levantase el edificio a occidente que hacia pendan con la Casa Grande, aunque quizás fuese eliminado en 1782 para hacer espacio al lagar. En cualquier caso, según Sancho Olivares, “esta aplicación alteró el perímetro general”, achaflanando las esquinas noroccidental, “y supuso por otra parte la reorganización del espacio cerrado, dividido en tres corrales mediante tapias que contribuían a darle un aspecto más o menos pentagonal”. Por desgracia, carecemos del “plano chico” que se imprimió junto con el plano de Aguirre y que contenía una vista a plano orlado del Cortijo que nos habría podido aclarar muchas dudas.
En cuanto a la autoría, aunque Sancho y Olivares admiten la posible intervención de Jaime Marquet en los primeros trazados, no dudan en atribuir la mayor parte de los construido a Manuel Serrano –que ocupó el puesto de aquel desde 1769 hasta su muerte en 1787, cuando fue sustituido por Manuel Oliva-, siendo sin duda de su mano el lagar con el molino de aceite, la bodega y la cueva, así como la capilla.
Sin embargo, “aunque no se reparó en los gastos inmensos de plantificación y establecimiento de este cortijo, luego que estuvo criado se observó que lejos de producir los intereses que debía tan vasta posesión, se perdía cada año en sostenerla más de doscientos mil reales, como hizo ver la contaduría por los defectos de toda administración de cuenta del Rey. Enterado S. M. mandó el año 1794 que se arrendase, para que se verificasen los fines propuestos quando se pensó en su establecimiento “. Pero antes de ponerse en arrendamiento, por orden de 19 de febrero de 1795 se intercambió por la huerta de la Moncloa, que poseía Godoy; quien inmediatamente “entabló nuevo método de administración: se entresacaron y arrancaron varias cepas y olivas, se estableció fabrica de licores y yeguada, y otra forma de labor en este cortijo”, pero ante los negativos resultados obtenidos, el 25 de febrero de 1798 el rey volvió a intercambiarlo por la Albufera de Valencia, “volviendo a unirse a Aranjuez, y a administrarse por cuenta del Rey, aunque separado de la intervención de los Oficios”. Sin embargo, los resultados económicos no mejoraron, y cuando en 1807 se agregó su administración a la de la Casa de Vacas y Campo Flamenco, el administrador Manuel de Moratilla tuvo que pedir fondos para poder realizar la vendimia, pues no tenia dinero para los jornales y se estaba pasando el tiempo, con el riesgo de perderse la añada y retrasarse la sementera para la siguiente cosecha.
Esta cosecha –abundante y cara, pero de mala calidad por su torpe elaboración- se destinaba al consumo en propio Sitio, provocando que los arrendadores del servicio en 1805 se quejasen de la mala calidad del vino que producía el Cortijo, que le obligaban a comprar al elevado precio de 15 reales cuando valía 10 reales el “de fuera”, y sin tener en cuenta la enorme producción de ese año, de casi 10.000@, que difícilmente podía tener salida al haber disminuido el consumo por el cierre de la plaza de toros, los cordones sanitarios contra las epidemias, el cierre del Sitio a los forasteros y pretendientes, la