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CAPITULO VI
Conquista de la ciudad y castillo de Aurelia.
La conquista de la ciudad y fortaleza de Aurelia fue tan celebrada en su tiempo, que ademas de las demostraciones de la corte de Toledo, mereció se hiciese memoria de ella e4n las datas de los privilegios según se acostumbraba de los grandes hechos, y se halla en muchos de la toma de Cuenca, Baeza, Almeria y otras ciudades; pero al mismo tiempo tan desgraciada en las historias, que en muchas no se menciona, y en otras se halla escasa y confundida su noticia, haciendo dos Aurelias, una sobre el Tajo, y otra la que ahora es Cazorla, como se ve en el Obispo Sandoval, Historia del Rey Don Alonso VII, que equivocó la época de hecho tan señalado, poniendole en la era de 1183, año de 1145, seis después del suceso. Por el fuero que el Emperador concedió á los que acudiesen á poblar á Aurelia el año de 1139, de vuelta de la conquista de esta ciudad, y por el privilegio de confirmacion de las donaciones que el mismo Señor habia hecho á la ciudad de Segovia, despachado el propio año ó era de 1177, en que dice: Quando Imperator redibat ab obsidione Aureliae Quam ceperat rediit; nos consta fixó el dia y año en que se concluyó tan memoriable victoria.
La Crónica latina del mismo Soberano, que publicó el P. Mtro. Florez en el tomo XXI de la España Sagrada, es la única que el capítulo XXI de la España Sagrada, es la única que el capítulo XLIX nos da noticia puntual de las particularidades ocurridas en el sitio y toma de Aurelia, conforme á lo mismo que resulta del fuero ó privilegio deicho, y pasó en esta manera.
Como baluarte y plaza fuerte que era Aurelia en aquel tiempo, se hacia temible en toda la provincia, ya estuviese en poder de los Moros ó ya de los Cristianos; por esto era apetecida de todos, y uno de los puestos de mayor atención. Luego que la volviéron á adquirir los Arabes, como se ha dicho, con las correrías que hacian desde ella, refiere el fuero de población que tenian llena de terror la tierra, sin atreverse á poblarla los Cristianos. Para remedio de estos daños pensó el Emperador Don Alonso VII de este nombre emplear todas sus fuerzas en la conquista de Aurelia. A este fin mandó á Don Gutierre Fernandez de Castro, y á Don Rodrigo Fernandez su hermano, que era alcayde de Toledo, que juntasen todos los caballeros y gente de guerra de la miliacia toledana, y de las demas ciudades de la otra parte de los puertos y Extremadura. Hiciéronlo con toda presteza, y ademas de la gente que así se juntó, mandó el Emperador venir los Condes y Capitanes de las provincias y reynos siguientes: El Conde Don Ososrio Martinez vino con la gente de Leon y Campos; el Conde Ron Rodrigo Gomez con la Bureba, y tierras cercanas á Navarra: el conde Don Fernando Perez, que decian de Traba, con las de Trastamara y otras gentes de Galicia: el Conde Don Rodrigo Velaz capitaneaba las de tierra de Sarria y Montañedo: el Conde Don Rodrigo Frolez con las gentes de Astorga y parte de Asturias: Don Ponce de Cabrera con la de Zamora; y ademas otros Ricos-Hombres como Don Lope Lopez de Carrion; Don Diego Muñoz, Mayordomo del Emperador; Don Diego Frolez, Alferez del Emperador; Don Gutierre Fernandez con la gente de Castroxeriz y de tierra de Burgos; Don Pedro Fernandez, fundador y primer Maestre de la Orden de Santiago; y Don Martin Fernandez, su hermano. Concurriéron tambien los Prelados, según la costumbre de aquel tiempo, con la gente de armas que cada uno tenia á su sueldo, á saber, Don Raymundo, Arzobispo de Toledo; Don Berenguel, Obispo de Salamanca; Don Bernardo de Siguenza, y Don Pedro de Segovia.
El Alcayde Don Rodrigo Fernandez y su hermano Don Gutierre partiéron de Toledo en el mes de Abril del Año de 1139 con la milicia toledana, y las primeras gentes que llegáron á aquella ciudad, adelantándose á disponel el sitio contra Aurelia, cuyo castillo era demasiado fuerte y bueno, bastecido de armas y ballestas, y por su situación imposible de combatirle ni asaltarle, y solo por cerco ó asedio podia obligársele á la rendicion; mas sin embargo lleváron máquinas de guerra para batirle: luego que llegarón á la plaza los dos hermanos tomaron puestos, y dispusieron el sitio con el myor esmero, como que habian tomado muy por su cuenta y mandato del Emperador esta empresa, y convocado las gentes.
Gobernaba á Aurelia el Alcayde de Ali, Capitan de mucho nombre y muy esforzado, que luego que conoció que todo el aparato se dirigia contyra su plaza, dio noticia al Rey de Sevilla Avencer, y al Rey Azuel de Córdoba, y á Avengamia, Príncipe ó Capitan de la milicia Valenciana; y estos acudierón á Tejufino, Rey de Marruécos, pidiendole socorros, y diciéndole que la conmocion de todos los vasallos del Emperador era grande.
A poco de formado el sitio llego el Emperador sobre Aurelia con las demas gentes que se han dicho, y apretando mas el asedio, se cerráron bien los puestos por donde pudieron recibir socorro los cercados; y poniendo guardas en la ribera del río para que aquellos no pudiesen llevar mas agua que laque tenian. Mandó que en cierta parte por donde los Moros salian por agua se hiciese un baluarte para que defendiesen el paso los Cristianos, y combatiesen á los que fuesen á cogerla. Hizo que los ingenieros arrimasen las máquinas y bastidas para combatir el castillo; mas no correspondian los efectos por la mala disposición del terreno para tales operaciones.
El Alcayde Ali tenia consigo muchos ballesteros y soldados bien armados, que valientemente defendian el castillo, de suyo fuerte; y su Capitan los animaba con las ersperanza de que los Reyes Moros, á quienes habia acudido por socorros, se procurarian unir con exército mayor que el del Emperador para darle batalla, y vencer á los Cristianos.
En efecto, cuidadosos estaban los Reyes de Córdoba y Sevilla con el Príncipe de la milia de Valencia, sín saber del medio que tomar para socorrer á Ali y defender el castillo. Juntáron toda la gente de guerra que pudieron, y con los muchos Moros escogidos que pasáron de Africa, enviados po9r el Rey Tejifino, su señor y cabeza, que residia en Marruecos, y otras innumerables gentes de unos que se decian Hacecutes, llegáron á formar un exército de treinta mil caballos, y de un inmenso número de infantería. Con este apresto saliéron de Cordoba á los tres ó quatro meses del sitio; y caminado derechos contra Toledo, llegaron á los pozos del río Algodor, y allí setáron su real. Esparramáron espías que les avisasen del estado de la plaza, y de los movimientos del exército Cristiano. Pusiéron celadas con los mas escogidos soldados, gobernador por el Capitan Abengamia, de quien ellos havcian mucha cuenta, y le diéron la órden de que si el Emperador saliese á darles batalla, acudiese desde sus emboscadas, y acometiese el real de los Cristianos, y ganándolo, matasen quantos hombres de guerra hubiesen quedado en el sitio del castillo, y metiesen en él los socorros necesarios que llevaba prevenidos; y hecho todo esto se volviese Abengamia con su gente en seguimiento de su campo, que iria marchando á Toledo, para hallarse todos juntos en la batalla que pensaban dar al Emperador.