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La falta de escritos continuados de aquella época nos hace aprovechar estas noticias aisladas, adquiridas con grandes desvelos por el Sr. Quindós, y que como él creemos que aquella turbulenta época era acreedora á una historia detallada con todos sus pormenores. Así lo hace en la Crónica latina del Emperador D. Alfonso el P. Mtro. Florez, tratando de la última conquista de Aurelia por los cristianos, que esplanaremos en el capítulo siguientre.
CAPITULO VII
Última conquista de la ciudad y castillo de Aurelia.
La subida al trono de Castilla y Leon del nieto del gran Alfonso que tuvo lugar en 1126, cambió la faz de los desgraciados pueblos cristianos, que tan fuerte sacudida habian sufrito en el reinado anterior. El nuevo rey D. Alfonso, llamado el Emperador, hizo titánicos esfuerzos desde que ocupara el sólido en la antigua ciudad, con objeto de recobrar siquiera los dominios de su abuelo; pero fueron infructuosos; todo se estrellaba ante la constancia y fuerzas de los afortunados musulmanes.
Sin arredrarle lo poco propicio de la suerte, dispuso en el año de 1139 la conquista de la ciudad y castillo de Aurelia, mandando se presentasen los condes y capitanes de todas las provincias, con los prelados y gente que estos tenian á sueldo, y poniendo en movimiento á todos los que entonces manejaban armas, salió de Toledo en el mes de Abril de 1139 con tan lucido ejército, provisto de máquinas de guerra y cuantos elementos eran necesarios pata batir tal coloso, que ya en poder de cristianos ó de moros era el temor de la provincia.
Noticioso el esforzado Alí, alcaide de Aurelia, de los aprestos de los cristianos, reclamo auxilio de los reyes de Sevilla y Córdoba, los que á su vez lo hicieron al emir africano, sin ocultar la conmocion de los vasallos del Emperador.
Una vez en las inmediaciones de tan codiciada presa, se formó el sitio por disposiciones del mismo Emperador, apretando codsa vez mas el asedio para evitar la entrada de víveres, hasta mandar construir un baluarte en el punto por donde los moros salian á surtirse de aguas del río. Hizo acercar las maquinas para batir el castillo, pero esto era irrealizable, pues ya hemos dicho que el terreno no se prestaba para esta clase de operaciones. Entretanto el animoso alcaide Alí, con muchos ballesteros y soldados de que disponia, preparaba la defensa de la fortaleza, esperando siempre los auxilios de sus gefes y aliados.
No se hicieron estos esperar: á los cuatro meses de establecerse el sitio se puso en movimiento un ejército de treinta mil caballos con un considerable número de infantes, de que formaban su mayor parte escogidos guerreros, mandados por el rey de Marruecos en union de los emires de Córdoba y Sevilla. Este numeroso ejército muslin estableció sus reales en las inmediaciones del arroyo de Algodor, ya para atacar á Toledo ó al real de los cristianos, si estos les salian al encuentro.
No era tal el propósito de D. Alfonso, siguiendo el consejo de sus bravos capitanes; apreto más el cerco, hizo aproximar unas grandes bastidas á las torres del castillo causando desde ellas, no sin dificultad, grande daño con sus certeras ballestas.
Viendo esta determinación los precavidos moros, creyeron que dando un golpe de mano en Toledo el levantar el cerco de Aurelia seria obra tan breve como segura, y para realizarlo se dirigió el espresado ejército á la antigua y brillante córte de los godos, cuyos muros guardaban á la Emperatriz.
Despues de causar considerable daño e n Aceca, llegó el ejército á dar vista á la ciudad, y dispuesto á rendirla, se dio principio á batir las murallas y fortificaciones con las máquinas de guerra, sin otro resultado inmediato que derribar una de las altas torres del castillo de S. Servando y como consecuencia la muerte de cuatro soldados que la guarnecían. Entonces ocurrió un hecho que honró no poco al caudillo de los mahometanos, al mismo tiempo que demostró el animoso y varonil corazon de Berenguela.
Esta tuvo el feliz acuerdo de mandar una embajada al campo enemigo; mas no fue para solicitar la paz ni para pedir con humillantes suplicas; fue para hacer al gefe musulman el siguiente enérgico razonamiento: “Mengua es, por cierto, para los que se precian de caballeros y de valerosos capitanes, el hacer la guerra á una débil mujer, cuando nop lejos teneis al emprador; ¿Porqué no os dirijís á Aurelia? Id, pues, si quereis acreditar que teneis honor, y que sois guerreros de valor verdadero”.
Así se espresó el embajador de la emperatriz Doña Berenguela; tan inesperado mensaje dejó suspensos y llenos de rubor á los caudillos mahometanos, extasiándose doblemente al escuchar la suavísima armonía que producían las voces de las damas de la Emperatriz que, perfectamente engalanadas, rodeaban á esta cantando en el balcon principal del alcazar con marcada indiferencia, acompañando á sus dulces voces los más sonosros y gratos instrumentos.
Sorprendidos los enemigos al ver á Doña Berenguela, relumbrante con las insignias imperiales, tranquila y entretenida, vencidos sin pelear, mostraron su caballerosidad con sobrada cortesia, haciendo un profundo saludo á la soberana de Castilla, y levantando el campamento se retiraron inmediatamente, no para ir al encuentro del Emperador, sino á guisa de hombres avergonzados por una derrota nacida más que del vencimiento, de haber querido llevar á cabo una empresa porco delicada.
En tanto no cesaban los combates parciales en la plaza de Aurelia; su alcaide el valiente Alí, proseguia con aliento la defensa, aunque abandonado por la anterior circunstancia á sus propias y limitadas fuerzas: la necesidad se dejaba sentir en viveres y agua: todo anunciaba una próxima rendicion, y el bravo alcaide que confiaba en la generosidad de su esforzado adversario, le pidió un armisticio, prometiendo someterse en el término de un mes, si no recibia refuerzos del rey de Marruecos, á condicion de salir con la guarnicion del castillo y lo que en él tenian para la ciudad de Calatrava.