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No pudieron disponer esto los Moros con tanto secreto, que el Emperador no tuviese aviso puntual de ello, y supiese lo que pensaban los Moros. Juntó luego los Capitanes de su exército, y consultando con ellos los intentos de los enemigos, acordáron que no se moviese el Emperador ni sus gentes de sus reales, que se apretase el cerco del castillo por todas partes, vcigilando mas para que por ninguna le entrase socorro, y que se esperase la resolucion de los Moros, y si iban alli á dar batalla se les admitiera con la ventaja del terreno, que por lo quebrado y montuoso no era á propósito para usar de su caballería.
Viendo los Reyes que el Emperador no se movia, gastáron tiempo inútilmente esperando si se cumplian sus trazas; mas no saliendoles según lo habian pensado, y conociendo que les era imposible socorrer el castillo, y mucho mas acometer á los Cristianos en su situación sin mucha pérdida y notable peligro, enviáron órden al que estaba en las celadas, que se volviese á unir con ellos para tomar nuevo consejo. Este fue marchar con todo el exército á sitiar la Imperial ciudad de Toledo, y destruir los campos, por si esto y el socorrer su corte movia al Emperador á dexar á Aurelia. Taláron los campos, viñas y quanto pudieron, aunque contra el castillo de Aceca hicéron poco daño, porque estaba bien guarnecido y era muy fuerte. Combatiéron reciamente el de San Servando inmediato á Toledo; y no hiciéron mas daño en sus altas torres, que derrivar una en que muriéron cuatro personas. La Emperatriz Doña Berenguela, que estaba en la ciudad, tenia muy buena gente de guerra, y muy bien prevenida, que puesta por los muros y torres hiciéron rostro al enemigo; el qual figuró que la sitiaba y queria combatir, para que llegando á noticia del Emperador viniese á socorrerla dexando el sitio de Aurelia. La Emperatriz con sus damas y otras nobles mugeres ricamente vestidas se pusiéron en la torre del Alcacer ó del Alcázar para que las viesen los Reyes Moros y todo el exército. Al mismo tiempo les envió la Emperatriz una embaxada diciendo que reparasen que eta afrenta suya que viniesen tantos; armados á pelear, contra una mujer, pues los esperaba el Emperador, su señor marido, en Aurelia, que tan cerca estaba con sus gentes en órden para pelear, que ¿Por qué no iban contra él? No dejo de causales algun rubor esta embaxada, aunque alabáron mucho el pensamiento de la Emperatriz; y haciendo grandes acatamientos los Reyes Andaluces hácia donde la Emperatriz estaba, la qual los correspondió con cortesías, y les obligó á dexar libre el pais viendo el poco caso que de ellos se hacia en la ciudad, que no la podian sitiar por su gran fortaleza, volviéndose á Cordoba, y abandonando la empresa de socorrer el castillo de Aurelia.
En esta no cesaban los combates que el Emperador mandaba dar cada dia; y sabiendo que por cierta parte salian los Moros á tomar agua al río, mando hacer allí otro baluarte para estorbárselo. Mas descudándose los que puso en su guarda, saliéron del castillo y le pegáron fuego. Aunque el Alcayde Ali proseguia con aliento de defensa, era grande la necesidad que padecia su gente faltñandoles que comer, y aun el agua estaba muy escasa. Los ingenieros del campo del Emperador arrimáron unas grandes bastidas á las torres del castillo, desde donde hacian mucho daño con las ballestas y tiros, En fines de Setiembre ya Ali conoció que no tenia fuerzas ni caudal para resistir ni defenderse, y envio á suplicar al Emperador le diese un mes de término para despachar Embaxadores al Rey Tejufino de Marruécos, y a los demas Reyes Moros podiéndoles socorros; y que si no los enviasen en este tiempo, él entregaria el castillo, con tal que el Emperador mandase poner en salvo la guarnicion con todo lo que tenian, y conducirla á la ciudad de Calatrava. Aceptó el Emperador el partido pidiendo á Ali que le diese en rehenes trece Moros de los mas principales que entre ellos habia, y que cumpliendo el término entregasen el castillo, dexando en él todas las armas y pendones que correspondian al vencedor; y que saliesen libres los Moros, llevando cada uno solo lo que fuese suyo propio, y que asimismo le entregasen vivos y sanos los cautivos cristianos que en el castillo habia. Aceptáronse y juráron estos capítulos de una y otra parte, y Ali entregó las rehenes, que el Emperador mando llevar á Toledo con buena guarda. El Alcayde Ali envió luego sus avisos á Tejufino y demas Reyes Moros, diciendo el aprieto en que estaba, y pidiendo socorro.
No pudiéron dársele en el tiempo estipulado, y Ali entregó el castillo y ciudad de Aurelia el dia 31 de Octubre, Mártes, vispera de la fiesta de todos los Santos, de la era de 1178, que es año del Señor 1139. Pusieron inmediatamente los Cristianos en el baluarte la bandera del Emperador con la señal de la cruz, que era la insignia y armas de que siempre usó, y el exército empezó á clamar con voces de mucha alegría: viva Alfonso Emperador de Leon y de Toledo; y los Obispos y Clérigos que allí estaban entonáron el Te Deum laudamus.
Nombró el Emperador por Alcayde de esta plaza á Don Rodrigo Fernandez, Alcayde que era de Toledo, quien puso por su Vice-Alcayde á Miguel Midiz, ó hijo de Mido. Traxéronse las rehenes que estaban en Toledo; y se mandó al mismo Don Rodrigo Fernandez llevase á Ali y su Moros á la ciudad de Calatrava, acompañandolos con la milicia de su cargo para que no recibiesen daño. Este Ali fue el que pocos años después mató en batalla al vencedor de Reyes y singular caballero Munio Alfonso, cerca del castillo de Mora.
Hizo el Emperador reparar á Aurelia, y dexar buena guarnicion y bien bastecida, y se volvió para Toledo, donde le recibieron con mucho gozo y alegría, y tanto Cristianos, como Moros y Judíos le cantaban: benedictus qui venit in nomine Domini; y bendito tú, tu muger y tu hijo, y el reyno de tus padres: bendita tu misericordia y tu paciencia. El Arzobispo Don Raymundo, el Clero y los Frayles le lleváron en procesion desde la puerta de Alcántara á la Iglesia mayor de Santa Maria, donde cantáron: Deum timet, é mandata ejes observa. El Arzobispo dio la bendicion, y el Rey pasó á su alcázar acompañado de todos a descansar.
CAPITULO VII
Concesion de términos á la ciudad de Oreja.
Para que se pudiese no solo defender esta plaza en adelante, sino que se ampliase y poblase mejor pudiéndose ganar desde ella nuevas tierras, como se verificó con Mora y Consuegra, que tomarón el Emperador Don Alonso que hiciesen aquí su asiento vasallos poderosos, concediédoles privilegios y otras gracias para que la poblasen. A la ciudad y comun señaló unos dilatadísimos campos por su término, y dio unas exenciones muy singulares con fuero, y leyes particulares por privilegio rodado que mandó expedir en Toledo de vuelta de la toma de Aurelia, á 3 de Noviembre del año de nuestro Jesucristo de 1139, como dexamos señalado.