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De los edificios que adornarian esta ciudad no queda el mas insignificante vestigio; solo se sabe por los naturales que se han hallado en las excavaciones monedas romanas y piedras labradas con letras, de las cuales emplearon algunas en la nueva y pequeña iglesia. La antigua estuvo en la conclusión del cerro de la parte del río, siendo solo escombros los que lo atestiguan.
La destructora accion del tiempo ha reducido esta importante ciudad al estremo de solo quedarla el nombre de su antigua grandeza. Catorce vecinos, pobres en su totalidad, se albergan en casas miserables al Mediodía del cerro, divididos en dos barrios y gobernados por un alcalde pedáneo dependiente de la inmediata villa de Ontigola, á la que ayudan en sus gastos municipales con el producto de la venta del soto que lleva su nombre, cuya adquisición hizo el Excmo. Sr. Duque de Riánsares en la desamortización de los bienes de propios.
Este soto de ochenta fanegas de tierra, poblado de álamos blancos; excelentes pastos para la cría de ganado mayor; ciento sesenta mil pies de parras y olivos; mil y quinientas fanegas de labor, entre ellas la productora Veguilla, y más de mil fanegas de tierras caliza que también producen buenos pastos en cerros para ganado menor, constituyen el rendimiento de esta población desgraciada, cuyos afanosos habitantes parecen relegados de la sociedad; pues ni aun el correo reciben directo, teniendo que valerse de comisionados que cada cual tiene en Ocaña.
Aun hay señales claras de un camino romano que hubo desde Toledo á Sigüenza con el nombre de camino de la Galia Narbonense y hoy el de senda Galiana, la cual atraviesa también á la par que este término los de Yepes, Ciruelos, Ontigola y Bayona, y del que el Sr. Cornide hace merito en el tomo III de las Memorias de la Academia de la Historia. Hoy sus caminos vecinales casi estan en un completo abandono, por la absorción de sus productos en otra población que, aunque en poco, es más populosa.
CAPITULO VI
Conquistas y pérdidas del castillo de Aurelia.
La ciudad y Castillo de Aurelia, así como el terreno de sus inmediaciones, fue posesion de los moros los trescientos sesenta y cuatro años que fueron señores pacífico del reino de Toledo.
Por los años de 1078, cuando el valiente D. Alfonso VI se disponia á dar la señal de guerra para sitiar la que fue corte de los godos y que entonces era emporio de los opulentos árabes, ofreció ayudarle en su empresa el soberano de Sevilla Ebn.Abed Al-Motamid, estableciendo un íntima alianza con el monarca cristiana: tal era el respeto que imponia el gran guerrero; tal el desacuerdo que reinaba entre los secuaces de la media luna.
No fueron vanos los ofrecimientos de Al-Motamid; como primer agasajo y prenda de paz le entregó personalmente su hija la princesa Zaida, prometiéndose hacer una invasión en los dominios toledanos, entregando al presunto señor de Toledo cuanto conquistase no solo en las inmediaciones de esta ciudad, sino todo lo que cayese en su poder al Nordeste de Sierra-Morena.
Tal promesa fue cumplida muy en breve; muchas poblaciones y castillos fueron entregados en clase de dote de la bella Zaida: Mora, Alarcos, Huete y Ocaña, como vemos en la Historia de Mariana. Aurelia y Cuenca tambien recibió D. Alfonso por este concepto según afirma el arzobispo D. Rodrigo en el libro VI cap. XXXI de su Historia.
Llego el 25 de Mayo de 1085, día en que el rey Batallador se posesionó de la imperial ciudad, y aunque no consta por historia alguna, es de creer que, habiéndose entregado el castillo de Aceca, no abandonara este gran guerrero el no menos importante de Aurelia, aunque mas tarde se perdiera, á pesar de su ánimo belicoso, por faltarle gentes para contener á los mortales enemigos que le rodeaban.
El valeroso Alfonso consiguió en poco tiempo renovar los buenos y gloriosos días de los godos; pero fue harto efímera esta envidiada importancia; no transcurrió mucho tiempo sin que se columbrasen los primeros y lejanos resplandores de la fatídica tea que iba á proseguir la sangrienta y desastrosa guerra; también los muslimes se preparaban á su vez á renovar los de funesta memoria que en sus márgenes viera el ensangrentado Guadalete.
El mismo rey de Sevilla AL-Motamid, el padre de Zaida, el que envidioso del rey árabe toledano le ayudó a Alfonso en la reconquista de su ciudad, se declaró tambien su mortal enemigo, sin otro motivo que lo celoso que estaba del engrandecimiento del monarca castellano.
Esto produjo una ruptura apetecida por ambos; Don Alfonso por que se prometia nuevas victorias que su pacto le habia impedido realizar; Al-Motamid porque se proponia destrozar al soberbio rey cristiano con la colosal ayuda de un ejército que el supremo jefe de los almoravides el rey africano Yussuf ben-Tachfin le presentó mandado por sí, en virtud del mensaje por medio del cual se le reclamaba.
El 30 de Julio de 1086 se presentó el numeroso ejército muslin en Algeciras, donde ya esperaban para unirse varios emires en compañía del intolerante Al-Motamid.
El Rey Alfonso que á la sazon sitiaba á Zaragoza, al saber el arribo de Yussuf levantó precipitadamente el sitio y unido al conde Berenguer de Barcelona y á Sancho su primo, rey de Aragon, formaron un ejército muy respetable, saliendo al encuentro del numerosísimo que era el árabe. Diéronse vista el 23 de Octubre de 1086 en las llanuras de Zalaca, cerca de Badajoz, estando los campos divididos por un río.